Ya está aquí. Ya llegó. En unas
horas cerramos el capítulo de vivencias correspondiente a 2016. Mañana será el
momento de abrir una nueva etapa con el estreno del 2017. Dicen que el 7 es año
de suerte, aunque esto de la suerte y la felicidad siempre es relativo y lo que
sirve para unos parece que no es tan complaciente para otros; aunque en el fondo, llegar a este día
con fuerza, energía y SALUD, al fin y al cabo, es lo único importante.
El resto va y viene. Aunque poco parece que va a cambiar mañana
domingo, por mucho 7 que se nos asiente en el calendario.
En principio, seguirá gobernando
Rajoy y su política de recortes, Trump se acerca peligrosamente al despacho
oval, los que tienen trabajo verán que la cuesta de enero no les llega para
mucho, los emprendedores a preparar los papeles para el primer sablazo del año
de Hacienda con el pago del IVA trimestral, los valencianos sin radio y
televisión pública y muchos, muchos, a seguir buscando los motivos para
intentar cada día superar obstáculos, saltar barreras, implantar un poco de
civismo en el entorno y crecer en principios y valores de esos que deberían
ayudarnos a vivir mejor a todos en sociedad.
Antes, eso sí, toca cumplir con
todos los tópicos del día. Vestir de rojo en la ropa interior (sí la interior,
por fuera parece que no importa tanto el color), limpiar la casa, abrir
ventanas, enviar mensajes a toda la agenda, brindar con un anillo de oro en la copa,
quitar las pepitas de las uvas (importante evitar atragantarse con los primeros
instantes del año) y sobre todo, esperar de pie el año. Más o menos como casi
todo en la vida, esperar, pero de pie, para que si hay que coger esos trenes
que pasen rápido no nos pille desprevenidos o relajados.
No, no me gusta este día. Nunca
me ha gustado y no recuerdo haber participado conscientemente en ninguna fiesta
de nochevieja. Jamás he vivido un 31 de diciembre discotequero, no he viajado
en esta fecha a ningún lugar y ni tan siquiera la he compartido con los mejores
amigos. Siempre me he negado a participar del jolgorio de decir adiós a algo,
aunque ese algo sea un año no excesivamente bueno. Tal vez, mi desagrado general
a las despedidas lo extrapolo a
desalojar de la agenda un número que nos ha acompañado 12 meses de nuestra
vida.
El paso de los años ha acentuado
esta sensación y afirmaría que en esto
de sobrevivir a las fiestas navideñas, superar la noche del 31 de diciembre sin
lágrimas o pellizcos en el corazón es mi gran reto. No importa cuánto lo
intente, que disfrace mi emoción o vista
mi sonrisa pizpireta, hoy me siento triste, nostálgica y, no tanto por los
recuerdos, como por los vacíos y los silencios, los mismos que sentía ayer pero
inevitablemente hoy parecen más dolorosos.