La generación que estudiamos EGB tuvimos la suerte de poder
acceder al estudio de ética y moral. En su momento, era una de esas asignaturas
“marías” que servían para subir nota y cubrir una hora lectiva de forma cómoda.
Sin embargo, en ocasiones, dependiendo de la destreza del
profes@r, su estudio te permitía acceder a pensamientos y reflexiones que la
vida se encargaría después de transformar en realidad práctica en determinada
coyuntura, situación o momento.
Una de aquellas enseñanzas te trataba de “educar” en algo,
tan abstracto, como el comportamiento correcto. Al parecer, hay cualidades
educativas que se valoran por la capacidad de saber comportarse del modo
correcto en cada momento, adaptando tu
acción o conducta a la exigencia del entorno o coyuntura.
Pero, ¿cuál es el
modo correcto?, ¿Hasta qué punto debes ser camaleónico en pensamiento,
sentimiento o actitud? Una cosa es la educación intrínsecamente ligada a la
necesidad del respeto hacia el prójimo y otra adaptar tus voluntades con el
peligro de perder identidad.
Todos hemos vivido alguna vez esa angustiosa sensación de
encontrarse “fuera de lugar”. El abanico de situaciones es muy amplio.
Quién no ha sentido la incomodidad de compartir asiento en
algún medio de transporte junto a una pareja de enamorados en fase álgida
dulzona. Esa época donde los besos y las leves caricias te empalagan hasta casi
provocarte a ti (improvisado invitado), un repentino brote diabético por
proximidad a tanta miel.
Aunque seguro que no son pocos los que también nos hemos
visto envueltos en esa desproporcionada discusión de pareja o amigos
entrañables por una discrepancia generada por un detalle nimio o bobada, bien porque uno considera mejor este vino o porque “nena,
ese postre te va a sentar mal”.
No, no es nada fácil eso del “saber estar” en época de
estado de ánimo indómito. Sin duda, lo ideal es sentirte bien en cualquier sitio.
Los prejuicios, valores, pensamientos y emociones son tan
singulares como exclusivos de uno mismo y, de la misma forma que a cada cual le
sienta bien un color, cada uno vive su experiencia a su manera.
Por eso, querer aparentar o simplemente ambicionar
disfrazando miserias, defectos y heridas, pero también cualidades, condiciones
y valores, oculta el anhelo de vivir y el ansia de ser lo que no eres, cuando
el único camino de la felicidad es, como canta Manuel Carrasco, es “ser siempre uno mismo en cualquier parte”…
aunque con ello tengamos que aceptar que, no en cualquier parte, vamos a estar
cómodos siendo uno mismo.