martes, 26 de febrero de 2013

CONTRA LA APATÍA

        Cuando las circunstancias son insoportables resulta descorazonador observar la apatía de la sociedad. En los momentos donde el deterioro es consecuencia de decisiones unilaterales, el pueblo dispone de instrumentos para revertir la situación. La socorrida frase de que los ciudadanos solo toman la voz cada 4 años para ejercer su derecho al voto no es real. La prueba está en Bulgaria donde todo un gobierno ha dejado de ejercer su poder ejecutivo ante las protestas generalizadas.
 
        La sociedad no puede instalarse en la resignación. El pueblo es esquivo, a veces prefiere instalarse en el pasado o el futuro antes que afrontar el presente, inconscientes que ni el ayer se honra ni el mañana existirá si el hoy no sienta las bases mínimas de sana convivencia.

     La dicotomía del pensamiento inherente al carácter español tampoco ayuda contra la actitud de esconder el cuello cual avestruz.  Recurrir a falsas afirmaciones como “los sindicatos no me representan” o  “todos los partidos políticos son iguales, lo mejor no confiar en nadie” o bien, “con la que está cayendo hay que estar quieto y esperar que escampe” son aseveraciones tan falsas como inocuas.
       Para alzar la voz no es necesario vincularse a un colectivo porque el único colectivo que existe es la sociedad. Solo ella puede acortar el distanciamiento que la política ha adquirido respecto al pueblo al que gobierna.  Alimentar ese cheque en blanco y convertir la permisividad en única solución es incluso mezquino.
    Vivimos una revolución y se hace necesario una reflexión colectiva. La catarsis es demasiado grande como para esperar “que escampe”. Nuestra apatía es la que nos está condenando. Si la sociedad solo se puede escuchar en la calle, lancemos  nuestro grito. Como dijo Che Guevara, “la única lucha que se pierde es la que se abandona”, por eso resulta descorazonador comprobar cómo la gente abandona, cómo todos aquellos que tienen la desgracia de perder su trabajo deciden callar en lugar de participar en la necesidad de cambio. Resulta hiriente ver cómo los jóvenes marchan ahogados por las escasas oportunidades que les ofrece este mercado. Es realmente deprimente intentar alzar la bandera de la solidaridad y ver cómo muchos de los que confías estén a tu lado deciden esfumarse.
        En este momento de guerra del siglo XXI, en esta coyuntura de cambio no cabe la resignación porque nuestros hijos pueden reprocharnos nuestro inmovilismo y lo que es peor, nuestro consentimiento.

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