Cuando las circunstancias son
insoportables resulta descorazonador observar la apatía de la sociedad. En los
momentos donde el deterioro es consecuencia de decisiones unilaterales, el
pueblo dispone de instrumentos para revertir la situación. La socorrida frase
de que los ciudadanos solo toman la voz cada 4 años para ejercer su derecho al
voto no es real. La prueba está en Bulgaria donde todo un gobierno ha dejado de
ejercer su poder ejecutivo ante las protestas generalizadas.
La sociedad no puede instalarse
en la resignación. El pueblo es esquivo, a veces prefiere instalarse en el
pasado o el futuro antes que afrontar el presente, inconscientes que ni el ayer
se honra ni el mañana existirá si el hoy no sienta las bases mínimas de sana
convivencia.
La dicotomía del pensamiento inherente al carácter español tampoco ayuda contra la actitud de esconder el cuello cual avestruz. Recurrir a falsas afirmaciones como “los sindicatos no me representan” o “todos los partidos políticos son iguales, lo mejor no confiar en nadie” o bien, “con la que está cayendo hay que estar quieto y esperar que escampe” son aseveraciones tan falsas como inocuas.
Para alzar la voz no es necesario
vincularse a un colectivo porque el único colectivo que existe es la sociedad.
Solo ella puede acortar el distanciamiento que la política ha adquirido
respecto al pueblo al que gobierna.
Alimentar ese cheque en blanco y convertir la permisividad en única
solución es incluso mezquino.
Vivimos una revolución y se hace
necesario una reflexión colectiva. La catarsis es demasiado grande como para
esperar “que escampe”. Nuestra apatía es la que nos está condenando. Si la
sociedad solo se puede escuchar en la calle, lancemos nuestro grito. Como dijo Che Guevara, “la
única lucha que se pierde es la que se abandona”, por eso resulta
descorazonador comprobar cómo la gente abandona, cómo todos aquellos que tienen
la desgracia de perder su trabajo deciden callar en lugar de participar en la
necesidad de cambio. Resulta hiriente ver cómo los jóvenes marchan ahogados por
las escasas oportunidades que les ofrece este mercado. Es realmente deprimente
intentar alzar la bandera de la solidaridad y ver cómo muchos de los que
confías estén a tu lado deciden esfumarse.
En este momento de guerra del
siglo XXI, en esta coyuntura de cambio no cabe la resignación porque nuestros
hijos pueden reprocharnos nuestro inmovilismo y lo que es peor, nuestro
consentimiento.