Qué
quieren que les diga, no está nada mal que de una p….. vez acabe este 2012.
Hay
épocas difíciles, hay momentos complicados, pero hay rachas que necesitan
superarse aunque sólo sea desde la regeneración que supone únicamente un cambio
de número en el calendario.
No seré yo quien considere que el destino es
irremediable o que el futuro nos viene dictado sin resquicios para su
redirección; sin embargo, sí puedo aceptar después de constatar con hechos lo
acaecido los últimos meses que mucha de nuestra felicidad nos viene dada (o nos
viene robada) por elementos de lo que magistralmente Cruyff definió como “el
entorno”. Oso incluir aquí aspectos
intrínsecos de la vida como la enfermedad, aunque muchas personas que tienen
mermada su salud sonríen y transmiten una paz y fuerza que muchos quisiéramos
disponer 365 días al año.
Pero
sí, parece que este 2012 se aleja. Parece que, por una vez, el inexorable paso
del tiempo va a ser un anhelo de esperanza, una ilusión turbia, aunque no soy
yo quien pueda ofrecer dosis de optimismo cuando estos últimos doce meses se
cierran con más indecentes decisiones políticas que vulneran los derechos constitucionales
de humanidad en sanidad, educación, derecho al trabajo o a un hogar digno.
Dignidad.
Eso que tanto hemos llegado a echar en falta en este 2012. Dignidad para
respetar y no atacar; dignidad para crear y no destruir; dignidad para educar y
no censurar; dignidad para retratar y no
engañar; dignidad para asumir
responsabilidad y no para trivializar;
dignidad para condenar y no para condonar deudas y pendientes; dignidad para
vivir y dejar vivir y no para enturbiar y castigar en grisáceo el mañana.