No
hay duda, las peores decepciones son las que te ocasionan las personas. Aunque
de esas decepciones somos solo culpables aquellos que creemos en la filantropía
y creamos expectativas respecto a la buena voluntad del prójimo.
Vivimos
una coyuntura bélica. Tal vez no hay sangre pero sí hay muerte, hay destrucción.
Y hay mucha, mucha desolación.
Sólo
hay que mirar alrededor y ver que la muerte se hace ya presente aunque someramente.
Hay suicidios con tanta asiduidad que algunos han dejado de ocupar espacio en
los med-com. Hay enfermos que ven
recortadas sus expectativas de vida por no recibir los oportunos cuidados. Y
hay destrucción.
Se
derrumba la posibilidad de disponer de una vivienda, se desvanecen las
posibilidades de acceso a la educación y se destruyen por centenares
diariamente los puestos de trabajo. Y eso supone que se está matando con total
benevolencia la posibilidad de obtener
el sustento que permite a cualquier ser humano que habita esta sociedad el
acceso a disfrutar de cada momento de su presencia aquí en busca de felicidad.
Se
desmorona el estado de bienestar pero se despejan caminos para los
estraperlistas. Solo los depredadores saben obtener beneficio para extraer
ventajas, a veces con el único fin de calmar sus pretensiones de soberbia y
afán de protagonismo, aunque no podemos olvidar su pasión por el dinero, casi siempre el
único verdadero motivo de su implicación en la pelea.
Son
los que trafican con el dolor de la gente que sufre la injusticia amparados
bajo el velo de “y yo más”. Son aquellos capaces de desgarrarse la piel en
público y diseñar en privado el plan de beneficios a obtener.
Son
ventajistas que incluso vociferan desde ese púlpito que se vanaglorian de
ocupar, consignas amparadas en la deslealtad, la insolidaridad…y la mentira.
Pero
se les olvida que las guerras no se ganan por enarbolar la bandera en una
batalla. En un conflicto tan devastador como el que vive esta sociedad, la
lucha es diaria y larga. La colaboración en ella se esgrime con gestos
contundentes y no sólo con palabras o momentos sublimes.
Participar
en la guerra es saber dónde y cuándo has de gritar, es saber dónde y cuándo has
de luchar y sobretodo es no utilizar al compañero de batallas como esbirro. Es
saber descubrir al enemigo, pero sobretodo es participar en los combates a
pecho descubierto con las manos limpias y sin mochilas de hipocresía.
Es
creer que sí se puede y que la
solidaridad abrirá nuevos caminos. Pero claro, los estraperlistas no ven el
bosque porque en sus miras está únicamente el propio beneficio; aunque para
ello tengan que convertirse en verdugos de su propia conciencia y esclavos de
su propia cobardía.