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No
soy excesivamente cinéfila, sí me gusta el cine pero no reparo mucho en esos
aspectos que convierten a un aficionado al Séptimo Arte en un experto. Me
conmueven los guiones pero la escenografía, el vestuario, los efectos
especiales, etc.etc . no son elementos que centren mi atención por mi
desconocimiento principalmente.
Sin
embargo, como sucede en todos los factores donde el argumento para su defensa
recala en la emoción o el sentimiento, sólo puedo decir que me agrada lo que me evade y me gusta lo
que me llega a conmover, a hacer reír o me ofrece la posibilidad de reflexionar
aunque a veces simplemente puedo llegar a considerar “obra maestra” una
película o un libro que te ayuda a parar el tiempo o te traslada a otro momento
o lugar.
Por
eso, ofrecer mi opinión cinéfila puede que ofrezca muy poco valor, no obstante
hay algunas cosas que me resultan excesivamente injustas y que, aunque sea como
aficionada, quisiera opinar. Y la gota
que ha provocado esta reacción enérgica a de repente, sentir la necesidad de
ofrecer mi opinión respecto al mundo de la actuación, radica en el conocimiento
hace unos días del nombramiento para los Goya como mejor actriz entre otras a
Maribel Verdú y a Penélope Cruz.
En mi opinión, comparar ambas mujeres supone
algo así como considerar un mar con un pequeño lago. La naturalidad de una contrasta con la soberbia
y prepotencia de la otra y no sólo ante las cámaras. Una de ellas es actriz, es decir, representa,
actúa y alcanza ese valor como
profesional de la escena que sólo poseen quienes no son actores de una sola
dimensión sino que son capaces por igual de protagonizar filmes, actuar en un
teatro o participar en una serie de TV.
Y
además “hace” anuncios. Sí, me refiero a Maribel Verdú, en poco más de 24 horas
tuve la oportunidad de observarla en directo en una entrevista comportándose
con una sencillez cautivadora y poco
después valorar su capacidad profesional sobre un escenario en el espacio más
real de un actor: el teatro.
Todo
lo contrario que la “rutilante” estrella de Hollywood que ha sabido labrarse
una imagen tan pomposa como hiriente cuando dispones de la posibilidad de
destapar el envoltorio tan fervorosamente diseñado. La hollywoodiense Pe Cruz
hace ya algunos años pasó por el mismo estudio que Maribel Verdú cuando sólo
era una jovencita con aires de grandeza. Su altivez ya era deslumbrante, pero
su simpleza a pesar de la magnanimidad con que actuaba era tan banal que
irritaba.
El
tiempo sólo ha hecho que definir ambas personalidades.
A
mediados del siglo XX, en el entorno de la tauromaquia era una práctica común
la entrega de “sobres” al cronista que cegaba determinados errores en una faena
que podría pasar de “cobardía y apatía con la pañosa” a “mala suerte con el astado”. Hoy los
intereses son mucho menos diáfanos y por desgracia mucho más altivos.
La
realidad es una, las filias y fobias muchas más, pero certero es una vez más el refrán de que “es
mejor caer en gracia que ser gracioso”,
y el chauvinismo con el que determinados entornos mediáticos se
empecinan en encumbrar figuras y disculpar defectos sólo hace que empobrecer un
poco más esta profesión de trovador.