Que hoy sea San Francisco de Sales, patrón de
los periodistas, sólo es un factor trivial para poder reflexionar, una vez más (no
sin dolor) del deterioro de una profesión especialmente masacrada en esta
coyuntura de declive.
La tarea de contar noticias se ha transformado en
una labor tristemente envilecida por sujetos activos que, amparados bajo
férreos intereses económicos e ideológicos, utilizan la profesión para
encumbrar dotes propagandistas que serían idolatradas por Goebbels.
La coyuntura se agrava cuando la manipulación
se erige en el único fin para la construcción de una realidad “irreal” que cada
vez vive más alejada de la sociedad. Rebelarse ante la ausencia de
investigación y presencia de la censura son factores que se convierten en
determinantes para intentar ofrecer una perspectiva óptima a la vieja figura
del trovador.
La lucha se percibe fratricida cuando además,
hemos de intentar la reconciliación de la profesión desde la atalaya a la que
se está defenestrando al periodista. Los despidos de trabajadores, los cierres
de empresas de comunicación, la aglutinación de medios en unas pocas manos, en
general, la idea de prescindir de los que deberían ser “notarios” de la
convivencia ante la sociedad supone el deterioro de la propia sociedad y la
puesta en circulación de principios que atacan directamente al sistema
democrático.
El mal ha dejado de ser puntual o
circunscrito sólo a un pequeño grupúsculo de intereses, ahora el peligro es
sintomático. La crisis coyuntural va más allá de fronteras, por eso la defensa
de la necesidad de un periodismo libre y plural es tarea de muchos. Es tarea de
todos.
Nuestra perspectiva de futuro dependerá de cómo
la profesión deje de considerar su situación como un mal endémico y decida
recurrir a la solidaridad y el corporativismo para defender su rol social.
La campaña del pasado mes de diciembre
iniciada por la Federación de Asociaciones de Periodistas de
España (FAPE) es real “Sin periodismo no hay democracia”. Pero también es
cierto que el derecho a la información es un reconocimiento constitucional
tanto como el derecho a un trabajo digno.
Y ahí, en busca de la dignidad periodística debemos mostrar la palabra
como arma porque “la única lucha que se pierde es la que se abandona” y hoy la
principal lucha del periodismo, de los periodistas, es su propia supervivencia.