lunes, 21 de enero de 2013

LA POLÍTICA ESPAÑOLA AUSENTE DE ESTADISTA

         No sé si ha sido una buena idea el intento, aunque sea de reojo y con la tele de fondo, de presenciar íntegramente el discurso de investidura de Barack Obama como presidente de EEUU. El sentimiento de inferioridad se me ha exacerbado de forma vertiginosa e iba “in crescendo” mientras Obama se dirigía a su pueblo a pecho descubierto, sin papeles.

         Cierto es que el poder de oratoria y el poder cautivador es algo que se puede trabajar, se debería trabajar; sin embargo, las dotes de estadista para poder asumirlas han de disponer de una materia prima que, sigo creyendo, es totalmente innata.

            Que Obama dispone de la cualidad de seductor es innegable, casi tanto como su capacidad para dominar la escena, el tiempo, las palabras y los silencios. Sus mensajes han sido directos. En un repaso somero por la coyuntura real que nos acoge a todos en este transitar que compartimos, ha lanzado su grito por la libertad, ha dado cabida a los más vulnerables, se ha referido a la igualdad, la paz e incluso ha mostrado su guiño al medio ambiente. Todo ha tenido cabida en un discurso de poco más de 20 minutos y todo, absolutamente todo el análisis de la realidad, ha sido diseccionado sin mostrar ni una pequeña mirada a ningún pequeño papel.

         El futuro definirá el papel histórico del cuadragésimo cuarto presidente de los Estados Unidos, ese país que disfraza cualquier escena de secuencia hollywoodense y enarbola el simbolismo para suplir las carencias de su menguado pasado.

         Sin embargo, yo hoy he sentido envidia. Mirar alrededor, analizar a fondo la actualidad de la política española y descubrir la ausencia total de una personalidad arrolladora capaz de hechizar a un pueblo anhelado de crear ídolos provoca desazón. Y más cuando muchos todavía hemos podido conocer, aunque sea a través del estudio, de la presencia en la política española de personajes con una dicción casi perfecta, una capacidad de orar improvisada excelsa, una voluntad de servir a la sociedad inexistente. Pero hoy cuesta mirar alrededor y vislumbrar aquello que Churchill (gran estadista) definió así: ““Un político se convierte en estadista cuando piensa en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones.”

          Es decir, hoy por hoy en España infructuosa búsqueda intentar encontrar alguna personalidad con esas capacidades.

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