La galería de
recuerdos de una vida se ciñe a todos los momentos que dejan huella en nuestro
libro de vivencias porque en él caben también los gestos, los silencios, las
personas…los sentimientos. Lamentar la pérdida de trabajo se está convirtiendo
casi en una sacudida diaria en este momento por el que nos toca transitar, en
esta coyuntura que no hemos diseñado la mayoría de nosotros, por mucho que se
empeñen quienes sí disponen de poder (que no de autoridad moral) en
culpabilizarnos.
Esos altivos “señores”
son los mismos que vierten acusaciones indirectas
gestadas en foros poco fieles a la
verdad para redireccionar, como responsables
de desaguisados tan amorales como antiéticos, a quienes son (somos) las
verdaderas víctimas.
Es@s que hoy,
en esta noche donde es imposible acunar todo el abanico de emociones, sólo
sentimos impotencia. Saberse condenado
al precipicio y tan sólo poder intentar parar el tiempo al paso del tiempo no
parece el mejor bálsamo para acallar tanta rabia contenida. Casi 18 meses de
espera y erosión psicológica no ha calmado la ansiedad para afrontar el final
de una era en RTVV.
Pase lo que
pase los próximos días, ya nada será igual. Nadie será igual. Ninguno de los
miles de personas que, en algún momento de sus más de 20 años de historia allá
pasado por RTVV con alguna tarea podrá evitar mirar al ayer sin morriña,
nostalgia e... ira.
El mundo
creado desde la ilusión de una sociedad que creyó en su futuro como pueblo y
trató de honrar su pasado para convertirlo en perspectiva deleitosa, se ha ido
desmoronando poco a poco hasta llegar a perecer.
Por eso, este adiós no es sólo el lamento a la
pérdida de miles de puestos de trabajo es también la tristeza por ver que a
nuestro alrededor en esta orilla del Mediterráneo se desmorona una sociedad: la
valenciana. Y de eso sí, en eso sí, culpables somos todos.