Me resulta extremadamente difícil concebir el desmantelamiento de la sanidad al
que está siendo sometida la sociedad española. De la misma forma que me resulta
indecente concebir que existe un grupo de “seudogobernantes” que, bajo el
amparo de una autoridad que sólo ellos han revestido de insensatez al amparo de
la siempre respetable decisión de las urnas, han convertido a los enfermos de este
país en una bochornosa “fuente de ingresos”.
Hoy en España cada enfermo es considerado un potosí para
unos pocos, un negocio.
Actuar así no sólo roza la injusticia humana sino que
alberga unos principios que ni tan siquiera representan ideologías. No sólo es
ser de derechas, izquierdas, liberales o comunistas, actuar como están actuando
los “irresponsables” políticos supone secundar únicamente un interés tan
difícil de definir como de asumir como interés generalizado.
Quien no respeta al enfermo es incapaz de albergar
principios de humanidad, ética o respeto, por muchos golpes en el pecho que se
dé, misas en el cuerpo que soporte o se santigüe insistentemente en busca de un
estado de gracia que irremediablemente habría de generar consecuencias.
La negación de principios fundamentales supone destruir no
sólo el bienestar de una sociedad sino también construir cuotas de irrespeto
hacia los más indefensos realmente vergonzosas.
No quiero intentar valorar si la privatización de la sanidad
a la que parece endilgada irremediablemente
nuestra población, va a suponer una mejora o un perjuicio; pero sí oso asegurar
que haber utilizado la enfermedad como un argumento para establecer recortes de
gasto (copago farmacéutico, gasto de ambulancias, cierre de centros de salud,
etc…) es motivo suficiente para revolucionar una sociedad.
Nadie está a salvo de la enfermedad como nadie podrá evitar
la parca, pero considerar estadísticamente a este colectivo como fuente de
ingresos o reducción de gasto no deja de encender mi rabia.
Pero en este punto, quiero también lanzar mi apoyo a los
médicos, colectivo tan víctima como el enfermo de tanta insensatez. Un grupo de
profesionales que ha visto mermada en
muchos casos su capacidad de actuación hiriendo sus propios protocolos de
actuación. Enviar a un médico el gasto mensual que sus “decisiones” o pronósticos
ocasiona a la Seguridad Social (análisis
que ha solicitado, pruebas radiológicas, recetas médicas…) supone una forma de
censura indecente.
Y sin embargo, sigue pareciendo que no pasa nada, que “esto
también pasará” como si la destrucción de la sociedad fuera a tener una
prebenda. Los mandamases están enormemente
satisfechos del estado depresivo colectivo pero ahora, cuando con inicio de
nuevo año parece que los objetivos se regeneran, todos deberíamos entender que,
tal vez, sólo tal vez, ha llegado ya el momento de convertir nuestra depresión
en energía, nuestra ira en actividad, nuestro silencio en revolución.
En juego está nuestro futuro, el de nuestros
padres y el de nuestros hijos y eso, sólo eso, ya vale un cambio al menos de
actitud de esta maltrecha sociedad, de este castigado pueblo.