Si
algo caracteriza (para envilecer) la sociedad de estos primeros compases del
siglo XXI es la globalización de la soledad. Ya no estamos en la era del
universalismo de la información, (logro conseguido en los coletazos del siglo
XX), hoy en este 2012 el efecto que más une a los pueblos es la soledad en la
que se han asentado sus individuos (por cierto, acertado vocablo en este
punto).
Es
precisamente esa soledad generalizada la que ha generado el éxito del WhatshApp.
Según el catedrático de psicología Enrique
Echeburúa, esta forma de comunicación no sólo crea adicción por su uso
compulsivo sino que se está convirtiendo en una “herramienta de control”. Uno y
otro “peligro” radica en la posibilidad de establecer contacto permanente entre
el receptor y el emisor en esta nueva forma gratuita de comunicación.
Sin
límites de horarios, sin límites de envío e incluso sin límites de control su
uso se ha convertido no sólo en un hábito sino que también está alcanzando
cotas de obsesión. El psicólogo Echeburúa
alerta de ese permanente impulso de comunicar a través del teléfono móvil.
Sin
embargo, todo la línea argumental olvida lo que a mí entender es ya la
verdadera razón del auge de estos mensajes: el extensivo sentimiento de soledad
del individuo. Puede resultar un argumento contradictorio exponer que
precisamente una herramienta diseñada para comunicar sea el resultado de la
generalización del sentido de soledad; aunque si utilizamos como raíz que, es
precisamente la necesidad de huir de la realidad, la que origina la
proliferación del uso del whatsapp, tal vez se precise mejor el razonamiento.
La
sociedad hoy en día quiere huir, escapar de la realidad que le atormenta y
angustia, alejarse incluso del entorno más próximo, muchas veces (las más) de
forma totalmente inconsciente. El uso de nuevas vías de comunicación fomenta la
forma de crear un nuevo mundo dentro de esa cotidianeidad que nos intoxica. Y a eso recurren por igual las personas que
viven en pareja que los que duermen en solitario, los que tienen hijos o los
que conviven con una única mascota, no importa quién forme tu mundo, como diría
la canción de Dani Martin, “el hombre nace sólo, vive sólo y muere sólo”.
Pero
si esa soledad se comparte deja de ser angustiosa para convertirse en
placentera. Hoy puedes estar en un rincón de tu hogar o bien rodeada de
compañeros de oficina, siempre encontrarás alguien con quien compartir lo que
sientes, lo que piensas o tal vez únicamente lo que no quieres ni expresar pero
necesitas dar a conocer.
Y
ahí, en ese punto, está el whatsapp porque puedes elegir qué quieres decir, a
quién se lo quieres decir y cuándo se lo
quieres decir, independientemente de distancias físicas y emocionales. Luego ya llegarán posibles malentendidos entre
amigos, conflictos amorosos e incluso peligros adictivos, lo único real es que
cuando más gritos te envuelven más silencio necesitas, un silencio que es el
verdadero germen de esta herramienta de “¿incomunicación?”.