No
resulta fácil crecer. No resulta fácil abandonar la ternura, la fantasía y la
verdad con que se transita por la infancia. El inexorable paso del tiempo hace
irreversible la pérdida de la inocencia, tal vez la época más breve de la vida
pero sin duda la más intensa. Si es cierto que en la edad universitaria se
asientan los principios que marcarán la vida adulta, en la infancia se anidan
los valores que forjarán la personalidad. Por eso, es en esos pocos años que
tan sólo suponen poco más de una docena, cuando los ídolos adquieren una
sobredimensión que no sólo deja huella en el corazón sino que también dejan rastro
en la identidad.
En
pleno siglo XXI la infancia se forja entre internet, PlayStation, videoconsolas
o princesas que, lejos de ser tiernas y dulces son heroínas capaces de la lucha
y de cargar incluso con arco y flecha.
Sin
embargo, para los que crecimos en los 70, esa pasión furibunda que representa
la tecnología en la era actual era aplacada por personajes que encumbraban la
simpleza y trivialidad para que pudiéramos vivir en virginidad mental.
En
ese mundo habitaban los “payasos de la tele”, en ese momento los niños sólo
abrazábamos ideales de fácil alcance, tal vez porque las luchas más feroces
eran las que protagonizaban nuestros padres y abuelos intentando abrir nuestro
futuro a un tiempo de libertad.
Pero
mientras los mayores despejaban caminos y fronteras, nosotros jugábamos con la
ración diaria de circo, reíamos con las aventuras de la gallina turuleca o
Susanita y paseábamos en el “coche de papá” o el “barquito de cascara de nuez”
mientras Ramón le daba al balón o Don Pepito se encontraba con Don José.
En
el libro de vivencias de varias generaciones evocar el ayer y la imagen de los
payasos de la tele es acunar recuerdos y todos esos ratos tan imposibles de
recrear como difíciles de olvidar. Hoy, cuando de bruces y casi peinando canas
te topetas con el adiós de uno de aquellos ídolos, el corazón se encoge porque
no existe mayor muerte de la infancia que ver marchar a quienes te guiaron en
tu llegada aquí.
Miliki
ha fallecido esta madrugada, poco importa ahora ese valor comercial de la
imagen que quiso explotar individualmente sus últimos años y que generó
controversias en una familia que parecía imposible de quebrar.
Poco
importa hoy si lo suyo eran “payasadas” que explotaban la ingenuidad, como
muchos críticos se empeñan en argumentar para envilecer la historia de uno de
los personajes más influyentes en varias generaciones, esas que hoy viven su
edad media en puertas de la madurez con rebeldía por no querer dejar atrás la
lozanía.
Para
nosotros, los niños de los 70, hoy con la marcha de Miliki decimos adiós a la parte más emotiva de
nuestra infancia: la infancia misma. El lugar donde muchos desearíamos
volver, ese lugar donde sería imposible residir ahora si en él no estuvieran
ya....como hoy ya no están.... Gaby, Fofó y….Miliki.