Nunca
pretendí escribir para nadie, aunque he de reconocer que, desde que creo
recordar, siempre escribí para alguien, un alguien que era solo yo. Todo iba
dirigido a ese uno mismo que siempre nos acompaña, que a veces llora y ríe de
forma inconsciente, ese duende que se rebela, ama y piensa cuándo, cómo y a
quien le viene en gana dejando la mayoría de ocasiones nula capacidad de poder
domesticarlo.
Ése
que se enfrenta y crea fantasmas a su antojo. Ese alguien a quien en momentos
de cordura llegas a despreciar ante la incapacidad de engañarlo. A ése nunca me
costó escribirle. Todo lo contrario, era casi obligado sentarte ante él para
compartir estúpidos miedos, mostrar la cartera vacía cuando el precio pagado
dejaba la despensa vacía de fuerzas y llena de solo de recuerdos o cuando solo pretendías encontrar cobijo o
compartir angustias, alegrías, llantos o carcajadas.
Durante
años y años fue ese “alguien” mi mejor amigo. Solo ante él (o ella) mostraba eso
que como individuo jamás puedes enseñar del todo, bien porque la sinceridad
tiene un alto precio en esta sociedad, bien porque el pudor lleva a todo el
mundo a ser solo real en soledad. Sí, no importa que compartas todo con tu
familia, amigos o pareja, siempre hay una imagen, un sueño, un sentimiento, una
frustración, o un hecho que solo
compartes con tu otro yo, tu “duende”.
Recuerdo
una época (¡¡¡uf, hace ya tanto!!!) que encontré un recurso que me llevo a
distanciarme de mi duende.
Eran
los primeros años del apogeo de internet y proliferaban los nuevos medios
digitales, uno de esos entrañables compañeros de viaje que en un momento dado
te acogen bajo un manto paternalista en el momento de enfrentarte a la vorágine
de la vida adulta iniciaba un proyecto en la red y me ofreció la posibilidad de
escribir de forma periódica una columna. Era la época de apogeo de la serie
Sexo en Nueva York y yo, que me confieso enganchadísima a la serie en ese
momento, adopté (salvando todas las
distancias) la imagen de una Carrie Bradshaw a la española.
De
repente, me convertí en una treinteañera que ironizaba con el nuevo camino
vital que comenzaba a emprender, de mi propia realidad creé un personaje que
divertía y me divertía. Bajo la invisibilidad del anonimato en forma de
pseudónimo, cada noche mi particular diario (mi duende) quedaba postergado, no
había espacio para lamentos, todo se convirtió en un escenario en el que poder
interpretar una vida y ahí se podía trivializar todo, una preocupación, un
problema, un desamor, un amor. Descubrí que todo, incluso el mayor de los problemas
tenía un resquicio para poder relativizarlo y reírte con él y de él, o llorar,
pero siempre en positivo. (No siempre llorar es malo a veces es casi necesario,
no hay nada mejor que un buen ataque de llanto en momentos de angustia para
liberar tensión).
Aquella
aventura acabó entre otras cosas porque ahora ni la coyuntura social ni personal
hace posible revivir aquella forma de trivializar la vida, pero muchos días
añoro no revivir aquellos ratos.
Por
eso hoy, años después, y a pesar de disponer de este mural que es MI MUNDO y
que me permite decir, opinar o simplemente mostrar emociones y sentimientos con
la ventaja que a veces incluso dispones de receptores con quien compartir todo
ello, llevo meses intentando cobijarme en “mi duende”….
La
sorpresa negativa es que cuándo creí haberlo recuperado, ahora, cuánto más lo
necesito….ya no me sirve de nada…hoy, más que ayer, necesito escribir incluso "para los que no pueden leerme. Los de abajo, los que esperan...no saben leer o no tienen por qué", (E.Galeano)