domingo, 9 de marzo de 2014

ABRAZO NOCTURNO


     La noche siempre había sido mi momento preferido del día. Era mi mejor lugar para el reposo, mi rincón del camino en donde aterrizaba esa pseudofelicidad que supone poder respirar profundamente y dejar  la mente vacía de esos más de 70.000 pensamientos que según los expertos se cruzan por nuestro cerebro cada día.
     Se cerraba la luz del día,  cesaban los ruidos, llegaba el silencio y  la oscuridad y justo ahí, en ese entorno, casi todo era posible.
 
     Sí, la noche siempre ha sido mi mejor momento. En la época estudiantil pasaba el día esperando que se marchara el sol y al amparo de la madrugada iniciar el estudio. Esa afición a leer a poca luz la sigo manteniendo. La lectura es casi necesaria durante todo el día, todos los días, pero ninguna aventura seduce tanto como al cobijo de la nocturnidad. En penumbra marchar en busca de aventuras, perderse en otros mundos y adquirir la personalidad de tal o cual personaje es un atractivo irresistible.
     Pero en época de metamorfosis es en la noche donde se cobija el miedo. Bajo el amparo de la luna, de repente surge tu mente circundada de recuerdos, tu universo se convierte en la evocación de momentos, gestos….



 

      No es bueno recordar de noche. La selectiva memoria solo para en detalles en busca del efecto balsámico a tanto desconcierto, sin tener en cuenta que ninguna escena vivida es perfecta más que en su evocación. La realidad siempre tiene tamices, porque casi siempre  la suerte es intangible en sus manifestaciones y ni las grandes catástrofes son del todo destructoras, ni el paraíso se convierte de repente en un infierno.
     La vida son detalles y todas las escenas están repletas de ellos. Por mucho que descoloca la revolución interior, en momentos de crisis personal es básico asumir con cautela la realidad para no someterse a la melancolía. Difuminar la angustia, encontrar los resortes para no instalarse en el desencanto y compatibilizar el cambio con la creación de una nueva cotidianeidad ha de ser el objetivo.

      Y todo eso, en mi caso, se germina en la noche donde la soledad es mi estado preferencial, no utilizada como estribo para autoflagelarse por vivir una determinada coyuntura, sino como elección personal para rentabilizar el caudal de emociones conquistadas.
     Tal vez por eso mi sorpresa ante uno de esos artículos típicos de magazine dominical que solo lees en esa jornada donde devoras todo lo que cae en tus manos y que, la mayoría de las veces son informaciones banales proclives casi siempre al comentario socarrón.

     Esta vez el artículo se centraba en la necesidad de ser abrazado por la noche como bálsamo para un buen dormir. La verdad, yo nunca había recalado en esa situación como efecto terapéutico, pero tal vez es ahora, cuando la noche se ha convertido en una larga montaña que escalar cada día cuando percibes el detalle.
     Además no voy a ser yo quien contradiga el Sleep Medicine Institute de la Universidad de Pittsburgh que indica  que “dormir acompañado contribuye al bienestar mental y físico, baja los niveles de cortisol (la hormona de estrés), reduce las citocinas causantes de inflamaciones y aumenta la oxitocina”.
 
     Aunque también recuerdo haber leído en otras ocasiones que el ser humano debe dormir solo para potenciar el sueño y completar el descanso. Las teorías de un magazine dominical te llevan a todas estas contradicciones.
Escena Eloymoreno.com
     Sin embargo, yo me voy a quedar en un argumento que solo es somero en el mencionado artículo pero que para mí es el epicentro de, al menos, éste, mi texto. “Lo importante no es dormir acompañado sino recibir el abrazo que te acompañe en el dormir”.

     Otra vez la teoría de la fuerza del abrazo, no importa que sea para dormir o para despertar. La sensación de cobijo que ofrece el mayor gesto de cariño al envolverte por unos brazos siempre es desconcertante y turbadora. Y el abrazo en la noche es el mejor de los recuerdos y la escena más veces anhelada en algunos corazones.
     Porque como escribe Eloy Moreno en “Lo que encontré bajo el sofá”: “no había nadie alrededor y hacía el frío justo para cubrirlo en un abrazo”.
 
     Lo que no apunta es que casi seguro la escena está recreada en la oscuridad de la noche donde en estado de desvelo duelen los recuerdos, por mucho que también florezcan ideas creativas, buenas decisiones y nuevos proyectos.

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