A mi casa durante casi veinte años:
Siempre
hay un final. Nacemos para morir, el invierno llega aunque no quieras, porque el
mundo siempre saca su áspero envés cuando todo está a punto de perecer. Y todo
perece.
Mientras
las cosas pasan, el felpudo recoge todas las excusas, calla todos los ruidos,
cura todas las heridas y amortigua cada golpe, todos los golpes.
Pero
llega un día que no hay montaña que escalar, tapia que trepar ni precipicio al
que caer, no hay nada por lo que luchar, porque más allá solo hay vacio.
Ese
día es la jornada en que se rubrica el final con una firma, una palabra o un
gesto que marcar el definitivo adiós. Ya no hay compromiso, el tiempo no se prolonga, todo queda
extinguido, el futuro es incierto, el ayer no existe y el presente lo ocupa
todo con el luto de la despedida.
Es el momento de marchar y entonces eres
voluble, mudable y las circunstancias son a veces tan insoportables que la
única solución es reflexionar sabedores que es necesario cambiar para
sobrevivir pero antes, queda por hacer…
Te
emancipas de recuerdos, envías al desván imágenes, acomodas en el granero
emocional sentimientos, silencias el
ayer, eliminas visibles inquietudes y así, ahora sí, cierras un capítulo más de tu libro de
vivencias, tal vez el mayor capitulo experimentado, el que ha hilvanado el argumento
de años y años de vida y de emociones, de momentos excelsos y de ratos de
sinsabor, de risas y de lágrimas. A todo ello le das el cierre obligado, sin
parar que las últimas letras son borrosas fruto de las lágrimas del dolor del
adiós.
Porque
esta vez no será un hasta luego, no
quedará dónde volver, no habrá donde
mirar, se desdibujarán los senderos andados, se borrarán secuencias, no se
repetirá el hasta pronto. Ya no, es el final.
“Este adiós no maquilla un hasta luego
este nunca no esconde un ojalá
estas cenizas no juegan con fuego
este ciego no mira para atrás
este notario firma lo que escribo
esta letra no la protestaré
ahórrate el acuse de recibo,
estas vísperas son las de después
a este ruido tan huérfano de padre
no voy a permitir que taladre un corazón podrido de latir
este pez ya no muere por tu boca
este loco se va con otra loca
estos ojos ya no lloran más por ti".
este nunca no esconde un ojalá
estas cenizas no juegan con fuego
este ciego no mira para atrás
este notario firma lo que escribo
esta letra no la protestaré
ahórrate el acuse de recibo,
estas vísperas son las de después
a este ruido tan huérfano de padre
no voy a permitir que taladre un corazón podrido de latir
este pez ya no muere por tu boca
este loco se va con otra loca
estos ojos ya no lloran más por ti".
Joaquín
Sabina