Si la muerte pisa mi huerto
¿quién firmará que he muerto
de muerte natural?
¿Quién lo voceará en mi pueblo?
¿quién pondrá un lazo negro
al entreabierto portal?
¿Quién será ese buen amigo
que morirá conmigo,
aunque sea un tanto así?
¿Quién mentirá un padrenuestro
y a rey muerto, rey puesto...
pensará para sí?
¿Quién cuidará de mi perro?
¿quién pagará mi entierro
y una cruz de metal?
¿Cuál de todos mis amores
ha de comprar las flores
para mi funeral?
¿Quién vaciará mis bolsillos?
¿quién liquidará mis deudas?
A saber...
¿Quién pondrá fin a mi diario
al caer
la última hoja en mi calendario?
¿Quién me hablará ente sollozos?
¿quién besará mis ojos
para darles la luz?
¿Quién rezará a mi memoria,
Dios lo tenga en su Gloria,
y brindará a mi salud?
¿Y quién hará pan de mi trigo?
¿quién se pondrá mi abrigo
el próximo diciembre?
¿Y quién será el nuevo dueño
de mi casa y mis sueños
y mi sillón de mimbre?
¿Quién me abrirá los cajones?
¿quién leerá mis canciones
con morboso placer?
¿Quién se acostará en mi cama,
se pondrá mi pijama
y mantendrá a mi mujer,
y me traerá un crisantemo
el primero de noviembre?
A saber...
¿Quién pondrá fin a mi diario
al caer
la última hoja en mi calendario?
(POEMA DE MIGUEL HÈRNÀNDEZ)
¿quién firmará que he muerto
de muerte natural?
¿Quién lo voceará en mi pueblo?
¿quién pondrá un lazo negro
al entreabierto portal?
¿Quién será ese buen amigo
que morirá conmigo,
aunque sea un tanto así?
¿Quién mentirá un padrenuestro
y a rey muerto, rey puesto...
pensará para sí?
¿Quién cuidará de mi perro?
¿quién pagará mi entierro
y una cruz de metal?
¿Cuál de todos mis amores
ha de comprar las flores
para mi funeral?
¿Quién vaciará mis bolsillos?
¿quién liquidará mis deudas?
A saber...
¿Quién pondrá fin a mi diario
al caer
la última hoja en mi calendario?
¿Quién me hablará ente sollozos?
¿quién besará mis ojos
para darles la luz?
¿Quién rezará a mi memoria,
Dios lo tenga en su Gloria,
y brindará a mi salud?
¿Y quién hará pan de mi trigo?
¿quién se pondrá mi abrigo
el próximo diciembre?
¿Y quién será el nuevo dueño
de mi casa y mis sueños
y mi sillón de mimbre?
¿Quién me abrirá los cajones?
¿quién leerá mis canciones
con morboso placer?
¿Quién se acostará en mi cama,
se pondrá mi pijama
y mantendrá a mi mujer,
y me traerá un crisantemo
el primero de noviembre?
A saber...
¿Quién pondrá fin a mi diario
al caer
la última hoja en mi calendario?
(POEMA DE MIGUEL HÈRNÀNDEZ)
Estimado
Salva,
Hoy
que la parca ha querido pisar “tu huerto” para arrebatarte de este universo y
llevarte junto a ella, ¿sabes quién llora? Todo el levantinismo.
Toda
la familia que nace y vive al regazo del Levante UD, nuestro club centenario de
la ciudad de Valencia, es quien hoy lamenta tu adiós con lágrimas azulgranas y es ella
quien vocifera el dolor por tu repentina marcha.
El
lazo negro lo viste el corazón del LevanteUD como entidad y todo buen aficionado
que sobrecogido intenta saber la razón de esta ausencia.
Y
no Salva, no será un amigo, serán miles de recuerdos y vivencias los que mueran
contigo, porque ya nadie podrá convertirlos en palabras.
Porque
nadie Salva, nadie, nadie escribirá una línea más jamás de GRANOTES, porque esa
columna en Levante-EMV era solo tuya.
No
estaba dejando buenos augurios la derrota del LevanteUD ayer en Mestalla en el
derbi de la ciudad de Valencia, pero todo hoy queda olvidado por el golpe del
fallecimiento de uno de los más grandes levantinistas que han existido.
Yo
conocí a Salva Regües hace casi 40 años, la casualidad quiso que su asiento en
la tribuna baja del Estadio Ciutat de València estuviera ubicado en la fila de
delante de los lugares donde mi familia y yo misma teníamos asignada la
localidad. Junto a él, infinidad de partidos a su vera el siempre querido periodista
Vicente Furió y en la fila de detrás la entrañable familia de Juan José Murria
acompañados casi siempre por la presencia del gran Antonio Calpe.
Era
imposible en ese entorno no impregnarse de levantinismo. No pocas eran las discusiones “futboleras”
entre Salva y el resto de “vecinos”, cada uno con sus filias y fobias de
aficionado por éste o cual futbolista, aquella jugada o esa decisión del míster.
Mis primeros recuerdos del señor Regües (solo
me atreví a tutearlo hace unos pocos años) nacen en esa tribuna donde por entonces,
un empleado de banca, siempre impoluto en su vestimenta, compartía
celebraciones futboleras, alegrías y no pocos disgustos (en aquellas décadas de
los años 70 y 80 en las que nuestro LevanteUD deambulaba más que triunfaba por
el universo futbolístico nacional), junto a mi propia familia.
Años
después, ya ejerciendo de periodista comenzamos a coincidir en eventos
deportivos y periodísticos siempre relacionados con nuestro LevanteUD, recuerdo
especialmente un homenaje a ambos en la III edición de los premios
periodísticos de la Penya Tòtil.
Salva,
amante del LevanteUD y enamorado del cine, consiguió unir ambas pasiones con el
periodismo y poco a poco, entre comentarios en tal o cual radio y alguna que
otra columna de opinión, logró aquello que muchos quisieran realizar pero muy
pocos son los capaces de conseguir: convertir sus recuerdos en la intrahistoria
de la historia de un club centenario.
A
través de sus recuerdos muchos aficionados levantinistas se impregnaban de unas
vivencias que enorgullecían su sentimiento granota, tanto a quienes las vivieron y con las
palabras de Salva ahora las recordaban, como quienes descubrían en sus anécdotas
todo un reguero de historias de la entidad levantinista que solo él sabía dotar
de misticismo con esos malabarismos literarios donde unía su pasión granota con
su amor por el cine. Tal partido era similar a cual película, aquel recuerdo
era igual a lo sentido al contemplar aquella escena, etc.etc.
Así
Salvador Regües se ha convertido (uff, hoy soy incapaz de hablar en pasado de
Salva) en un referente para la afición levantinista. Sus retazos de momentos levantinistas eran
pellizcos en nuestro corazón granota, ése que hoy anda compungido, ése que
buscará cada domingo su singular visión del partido del equipo azulgrana en
LEVANTE-EMV, ése que hoy llora pero ése que se enorgullece por haber contado
entre sus “feligreses” con el amor incondicional de una persona como Salvador
Regües.
Salva,
aquí tu amigo Serrat y todos los levantinistas cuidaremos tu “huerto” pero
sobre todo, intentaremos honrarlo, para seguir siendo merecedores de formar
parte de tu anecdotario, ese que continuará vivo en el levantinismo aquí y allá
donde tu corazón granota te haya ahora llevado.