Inmersa
de pleno en las festividades navideñas, confieso que a duras penas he sido
capaz de superar las primeras “celebraciones” sin querer huir, ha sido difícil
controlar el ansia por desaparecer. No, no son buenos tiempos para la lírica
como decía Germán Coppini, otro de los grandes que nos ha dejado estos días. Tal
vez golpes así, “golpes bajos” en forma de llegada de la parca o sufrimiento
por carencia de salud personal o de los familiares más queridos, es lo único
que te ayuda a querer “celebrar” que estas aquí, viviendo, aun en una coyuntura
donde las estrellas ya no lucen igual ni en las noches de luna llena.
Yo
siempre he imaginado con ternura cómo serán estas fiestas en las grandes
familias donde los primos son de todas las edades y hay hasta 3-4
conversaciones paralelas en reuniones que solo se pueden llevar a cabo en estas fechas
entre 3-4 generaciones.
Morriña
que será similar en aquellos lares donde la Navidad es la única posibilidad de
unión. A mí lo de “vuelve a casa por Navidad” del anuncio de turrones de “El
Almendro” me caló desde pequeñita, siempre fantasee en cómo se puede sentir en
esos contextos el reencuentro con los seres queridos. Desde luego las Navidades
se envuelven ahí de un sentido de emotividad que ha de ser especial.
Pero
como servidora no vive esas experiencias, las Navidades solo son una pesadilla.
Una mala época que solo adquiere rayos
de ilusión si las vives y contemplas a través de los niños. El estrés de ir al
circo, al cine, a la feria, al teatro, a ver a Papa Noel o a los Reyes Mago y
vivirlo tras recuperar el disfraz de la infancia es lo único que hace llevadero
estos días. Aunque la mirada atrás siempre lleve implícita la nostalgia de una
época que no volverá por el inexorable paso del tiempo.
No,
no me gustan las Navidades, pero ya el año pasado hice esta confesión aquí en
el artículo ES NAVIDAD, ¿Y QUÉ?; sin
embargo, hay coyunturas que hacen especialmente insoportables ciertas
tradiciones de estas fiestas de invierno.
Cuando la vida te ha ofrecido experiencias que
te han obligado a reducir la agenda en exceso, no deja de sorprenderte la
aparición espontánea en el teléfono de aquel “conocid@” que después de meses
desaparecido (casi un año, porque solo
lo recuerdas por las celebraciones de las pasadas navidades) surge ahora con
saludos que, no solo no han escrito sino que puede que jamás hayan parado ni tan siquiera a leer con detenimiento, con
palabras vacías, deseos hipócritas y dibujos e imágenes que lejos de
enternecerte te encienden la ira por tanto cinismo en el mensaje.
Tal vez puede que sea este nuevo detalle de siglo
XXI lo que más me irrita. Recuerdo aquellos tiempos de postales donde te sentabas
para escribir a esos amigos o familiares con los que puede que solo coincidías en
verano y en cada palabra de aquella carta no solo intentabas trasladar todo tu
cariño sino también comenzabas con el Feliz Navidad y acababas recordando lo
vivido juntos desde una perspectiva donde solo hablaban los sentimientos. Sí, reconozco que me
encantaban las cartas, luego los mails, pero ahora, cuando parece que con un
washap estás permanentemente conectado es cuando más distante en emociones
parece que nos encontramos.
El triunfo del washap es solo el reflejo del reino de la soledad en este siglo
XXI. Sí, la gente se escribe mucho, pero
se comunica muy poco y hablar desde la emoción se ha convertido casi en un tabú. ¡Qué pocos besos,
abrazos y te quiero son escritos con el corazón pellizcado!
Sin
embargo, siempre hay gestos que celebrar y seres por los que intentar reír. A
veces la vida te regala la posibilidad de descubrir a personas que aparecen de
forma rutilante o llegan en sigilo a tu camino para acomodarte en su regazo y
mesarte los cabellos también en estos insoportables momentos.
Reconozco
que cada vez me cuesta más creer en las personas, las peores decepciones son
las humanas y cuando has sufrido alguna o algunas, la piel se hace más dura y
sucede como a los caballos, que para que noten tu caricia necesitas apretar muy
fuerte justo ahí entre los ojos mientras le das de comer.
Todos
tenemos un grupúsculo o un abanico de esas personas que se esfuerzan por
hacerte llegar sus caricias. En mi caso son los mismos que hace un mes me
regalaron su abrazo real y virtual. Por ellos son por los que estas Navidades
personalmente intento disimular que todo va bien, porque siempre hay alguien a
quien no puedes defraudar y hay gestos que siendo pequeños te ayudan a sentirte
grande en alma, corazón y vida porque “si cuidas las pequeñas cosas, las
convertirás en grandes...si cuidas solo las grandes, siempre serás pequeño”
(Albert Espinosa).
Y las pequeñas cosas son solo detalles, porque la vida se hace siempre de momentos, incluso de los que quieres huir.....