martes, 10 de septiembre de 2013

TODO LO QUE ES UN ABRAZO


     Hay historias de la literatura que te conmueven, otras te decepcionan y quedan algunas que se ubican directamente en ese rincón que nos abre una ventana a reflexiones que pueden resultar superfluas, pero que son esa esencia que te aboca a un reguero de emociones.

      Para muchos, son lecturas que se consideran inservibles en una sociedad que parece tener prisa para todo, incluso para parar a respirar, sentir y… vivir.

      El Libro de los Abrazos de mi admirado Eduardo Galeano, (sí, mejor exponer desde el principio mi admiración hacia el escritor uruguayo) es una de esas obras de cabecera, que hay que leer solo para saborear retazos de vida.

      El argumento son pellizcos dedicados a la niñez, ética, moral, literatura, culpa, miedo, ansiedad, soledad, amor, sociedad, religión, política…

      Declarada mi ineptitud para describir de forma tan magistral la historia de “El Libro de los Abrazos” como hace  mi estimado compañero Gonzalo Naya  en su artículo El Ancla y las Llaves, me resulta imposible evitar plasmar también en palabras mi emoción ante reflexiones como las siguientes que realiza el escritor uruguayo en el mencionado libro:  Los políticos hablan pero no dicen. Los votantes votan pero no eligen”;  “¿A cuántos les va bien cuando la economía va bien? ¿A cuántos desarrolla el desarrollo?”;  “Los nadies no figuran en la historia universal sino en la crónica local”; “El sistema que no da de comer, tampoco da de amar. A muchos condena al hambre de pan y a muchos más condena al hambre de abrazos”.

      Hambre de abrazos, carencia tan extendida como ignorada. Y eso que el abrazo es la mayor muestra de cariño entre personas. Un abrazo es el gesto del más sincero afecto que puede experimentar un ser.


     Estrechar o ceñir entre los brazos a alguien representa la expresión de entrega del afecto más real. Por eso, muchos psicólogos consideran el abrazo como el contacto físico más escaso; a pesar de ser el más necesitado y el verdadero tesoro de la vida emocional.
      Cuando te presentan a una persona le puedes estrechar las manos e incluso le puedes besar pero jamás lo saludarás con un abrazo. Puedes despedirte de la familia cada noche con infinidad de besos pero los abrazos solo parecen reservados para la época infantil. No dices adiós a un compañero con un abrazo pero tal vez sí lo hagas con un beso. Incluso saludas a tu pareja con un efusivo beso de amor pero raramente un hola va seguido de un abrazo.

      Y puedes besar apasionadamente, puedes besar afectuosamente, incluso puedes besar de forma desaforada; pero el roce de los labios escasamente llega la carga emotiva del abrazo. Solo si un beso (en la mejilla, en la frente, en los labios o en la mano)  va cerrado con un abrazo,  simbolizará la máxima representación del afecto (a un amigo, un familiar, un compañero).

     Se regalan besos, pero jamás se regalan abrazos.

      Su escasez es tan real que muchas personas pueden pasar meses e incluso años sin entregar ni ofrecer un abrazo, conscientes que envolver a alguien entre unos brazos supone mostrar físicamente el más puro sentimiento de  aprecio, compañerismo,  consuelo,  cariño,  amor o amistad. Emociones intangibles pero precarias en este mundo que SOLO quiere ser real, evidente, perceptible…

     Una sociedad que adolece de abrazos es una sociedad condenada al materialismo, inexpresiva e insensible. La carencia emocional de la ausencia de abrazos se convierte en rutina por no mostrar, no querer sentir, no decir.

     Cuántos quisiéramos volver a la niñez. Parece que solo ahí está permitido regalar abrazos y tener el regalo de un abrazo.

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