Resistirse
al elogio del éxito es tan imposible como el poner puertas al mar. La tarea de
domesticar la costumbre de ganar cuando el triunfo va unido de forma intrínseca
al participar, sea por una superioridad innata o adquirida, es complicado. Muy
complicado.
En
el deporte, casi como en la vida, el elogio crea personalidades nocivas para el
propio ser. Ya lo dijo Sigmon Freud, “uno puede defenderse de los ataques; de los elogios está indefenso”. Una máxima que repetiría en “La insoportable levedad del ser” Milan Kundera, obra donde queda retratada la fragilidad del ser
humano ante el permanente halago.
El
éxito como meta ha perdido todo su valor en la sociedad actual si éste es
fácilmente conseguido. En el deporte, la victoria deja de ser una aspiración
sana cuando adquirirla pasa a ser costumbre.
La
selección española de baloncesto, después de un campeonato de Europa con exceso
de irregularidades, con un juego espeso, un equipo desvertebrado y una
dirección técnica muy limitada en recursos tácticos, se ha alzado con la
medalla de bronce. ¿Y?.
Después
de dos oros consecutivos, las limitaciones de un equipo en fase de transición
preveían dificultad para la consecución de metas mayores. Esa es la verdadera
realidad, aunque sea cierto que España
se quedó fuera de la final tras una prórroga; pero no hubiera sido justo el
baloncesto con ella si finalmente hubiera sido finalista. Las cosas como son.
Sin
embargo, observar la decepción generalizada por esta medalla entre los
aficionados deja latente una vez más que el ganar, cuando se convierte en
rutina, deja desprovisto de la posibilidad de la felicidad incluso a triunfos
otrora dichosos.
Aquellas
generaciones que crecimos con el recuerdo del éxito que supuso la medalla de
plata en el Europeo de 1983 y la plata del 84 de aquel memorable equipo
capitaneado por mi siempre admirado Antonio Díaz Miguel en Los JJOO de Los
Ángeles, y que vivimos “solo” durante 16
años el bronce europeo de 1991 y la plata de 1999 hasta llegar al
exitoso siglo XXI del baloncesto nacional, supone un maremoto de emociones
recordar épocas donde la consecución de laureles era escasa pero…¡¡¡eran tan
celebrados cuando llegaban!!!Nada queda hoy en el deporte de aquella máxima del Barón Pierre de Coubertin sobre que lo importante era participar. El profesionalismo ha invadido tanto esta actividad que no, ya no importa participar, ni tan siquiera importa ganar, lo importante es arrasar, aplastar al adversario, conquistar, impidiendo brotes de esperanza al rival cuan batalla de Atila se tratara.
Tal
vez las expectativas en algunos segmentos era mayor que el bronce conseguido
por el combinado nacional en este Europeo de Eslovenia, pero también, tal vez
el equipo y sobre todo esta siempre soberbia que impregna la sociedad de la que
participamos, necesita batacazos como el experimentado recientemente en Buenos
Aires en la elección de sede de los JJOO de 2020 o este bronce en Europa, para
recuperar el principio de la humildad.
Quizás, solo si aceptamos nuestras limitaciones y aprendemos a perder,
aprenderemos también el valor real de
ganar y la virtud de convivir con la crítica a igual manera que con el elogio.