Qué lejos quedan aquellos tiempos en los que hablar de
Justicia, juicios y abogados imponía e incluso amedrentaba. Eran épocas en las
que el respeto estaba generalizado a todo aquello relacionado con lo que en la
mitología griega representaba Dice y en la Antigua Roma la diosa
Iusticia herederas de la diosa Maat e Isis del antiguo Egipto.
Aquella figura con
balanza en mano equilibrando la verdad y la justicia resulta muy difícil
de reconocer en una sociedad donde la realidad, no solo se silencia sino que se
arrincona, para erigir en única realidad la construida la mayoría de las veces
reflejo fiel de un único interés, sea económico, político o moral de eso que se
pretende sea en esta sociedad un único pensamiento.
En muy pocos pueblos los jueces ocupan el espacio mediático
que tienen en España. Casi se podría decir que en ningún país o Estado la
persona encargada de repartir equidad según las leyes es un personaje conocido
y famoso.
Pero no sería grave el protagonismo de estos ¿profesionales?
si su actitud fuera ejemplarizante para la sociedad o si sus decisiones no
fueran el principal argumento de esos debates bochornosos en los que la
información es concienzudamente sesgada para erigir el periodismo en ese
vergonzante espectáculo de opinión servil que está envileciendo a la otrora
digna tarea de informar.
La decepción de la sociedad ante el comportamiento de
determinados jueces agrava la percepción que la ciudadanía tiene de la ley. Y
eso es lo realmente alarmante. Un pueblo que no confía en la legalidad está
condenado a una insana convivencia. De la misma forma que una continua
interpretación capciosa de la ley deslegitima no solo a la clase judicial sino
a toda la sociedad, como está ocurriendo en alguna que otra comunidad autónoma
bañada por el Mediterráneo.
Pocos rayos de luz se vislumbran en un paisaje tan boscoso
en la que hasta los juzgados populares parecen hacer genuflexión ante
determinados personajes caudillistas que han condenado a su servil sociedad al
permanente sonrojo. Esa sociedad que por su “meninfotismo” es culpable de haber
invalidado la teoría de Montesquieu de la división de poderes del Estado en
judicial, legislativo y ejecutivo necesita brotes verdes, pero para ello
necesitará del amparo de todos y hoy por hoy, solo unos pocos parecen
dispuestos a librar la batalla de la recuperación de la dignidad aunque en ello
esté la supervivencia de todo un pueblo.