Tardé bastante tiempo en entender con claridad unas declaraciones, no recuerdo bien de quien, que definía como al único verdadero actor a aquel que se forma en el teatro. Solo éste es poliédrico, el resto son personajes de una sola dimensión.
Bajo el escenario esplendoroso del teatro romano de Sagunto la perspectiva que ofrece una noche de teatro todavía engrandece más este adjetivo. La proximidad a los autores, el entorno paisajístico junto a la ladera, entre piedras y como cima del paseo de adoquines, el Teatre de Sagunt ofrece más encanto a la escena para engrandecer cualquier obra.
Y eso ha sucedido estos días con la representación en este espacio de “Julio César”, la obra que, dirigida por Paco Azorín, revive el argumento de la dramática obra de William Shakespeare para recordar al público que la “res pública” continúa siendo lo importante y que hoy, como ayer, como siempre, la conjura, la traición y la ambición son factores determinantes para la corrupción de quienes deberían ejercer el “bien común”.
Una nueva y magistral reinterpretación de la obra del dramaturgo británico deja ver la viveza de una línea argumental que se ha convertido en una realidad coyuntural en nuestra sociedad. La palabra escuchada invita a la reflexión porque es imposible no acabar la obra y dejar en primera línea del pensamiento expresiones como “solo los peces muertos nadan con la corriente”.
Aún así, no esperen grandes escenografías en Julio César, tampoco pomposos vestuarios. No se necesitan. Por el contrario, sí presenciarán un minimalista decorado y quedarán prendidos de monólogos tan magistralmente recitados que comienzan cautivando y acaban irremediablemente fascinando al espectador.
Tristán Ulloa como Bruto y Sergio Peris Mencheta como Marco Antonio lo bordan. No está nada mal tampoco Mario Gas en su papel de Julio César, su capacidad gestual te atrae de forma sigilosa.
En definitiva, una versión de Julio César muy recomendable no solo por lo que evoca y por su invitación a la reflexión del espectador, sino porque realmente el trabajo teatral es directo y exquisito tanto en la dirección como en la interpretación.
Un gozo espléndido que a veces se tiene la suerte de presenciar como nos pasó a algunos privilegiados que vivimos una mágica noche de verano en el eterno escenario del Teatre Romano de Sagunt.