Son
tantas las páginas escritas y tantas las palabras utilizadas para exponer las
sacudidas emocionales que provoca el
recuerdo del fusilamiento, hace hoy 74 años, de 13 jóvenes luchadoras por la
libertad, que me parece una osadía plasmar mi humilde reflexión sobre esta
ejecución.
Pocas
palabras pueden evocar el vergonzoso episodio que plasmó de forma bastante realista Emilio Martínez
Lázaro en la película “Las Trece Rosas” en 2007, filme basado en el libro de Carlos
López Fonseca igualmente recomendable.
Más excelente fue el retrato de este episodio trágico de la postguerra en el documental de Verónica Vigil y José María Almela en 2004, “Que mi nombre no se borre de la historia”
La cultura (del latín cultus, referente al cultivo
del espíritu humano y de las facultades intelectuales del hombre) que el fascista
régimen intentó también exterminar, es el arte que se ha encargado casualmente
de “cultivar” el recuerdo de “las trece rosas”.
El cine, la literatura, el
teatro, la música e incluso el periodismo (muy recomendable el artículo
publicado en el periódico El País en 2005 por Lola Huete Machado) han impedido que este trágico episodio quede en el olvido. Porque una sociedad solo puede construirse en libertad y en principios de
solidaridad y dignidad, si es capaz de asumir las tragedias de un pasado vergonzoso
e hiriente.
Hay
países que han sabido aceptar episodios humillantes
de su pasado, asumir la afrenta,
utilizar el ultraje y pedir perdón para construir una sociedad integradora. Son
naciones que no han luchado por borrar su historia, simplemente han asumido un episodio
vergonzante y han utilizado sus resquicios para diseñar una sociedad sin
ocultismos, sin vacios, sin borrones.
En
España, fueron miles los fusilados, los desaparecidos y los exiliados. Todos ellos
merecen ser honrados por los que somos sus descendientes, una sociedad que debería ofrecer destellos de luz
donde todavía muchos grupos se empeñan en diseñar sombras.
Pero
también y, a pesar del declive de principios de un pueblo en crisis depresiva, hay
un destello que engrandece cada día su brillantez para jamás dejar en el olvido
los nombres de Carmen, Martina, Blanca, Pilar, Adelina, Elena, Virtudes, Ana,
Joaquina, Dionisia, Luisa y Julia.
Nombres
que jamás serán borrados de la historia porque, muchos, como ellas, seguimos
creyendo que la esencia de la vida es la lucha por la libertad.