lunes, 5 de agosto de 2013

JAMÁS EN EL OLVIDO TRECE ROSAS

         Son tantas las páginas escritas y tantas las palabras utilizadas para exponer las sacudidas emocionales  que provoca el recuerdo del fusilamiento, hace hoy 74 años, de 13 jóvenes luchadoras por la libertad, que me parece una osadía plasmar mi humilde reflexión sobre esta ejecución.
 
       Pocas palabras pueden evocar el vergonzoso episodio que plasmó  de forma bastante realista Emilio Martínez Lázaro en la película “Las Trece Rosas” en 2007, filme basado en el libro de Carlos López Fonseca igualmente recomendable.
       Más excelente fue el retrato de este episodio trágico de la postguerra en el documental de Verónica Vigil y José María Almela en 2004, “Que mi nombre no se borre de la historia”

 
       Es precisamente la frase que da nombre a este documental la que pellizca el corazón. Es la despedida que Julia Conesa, una de las jóvenes  y una de las 9 menores (en 1939 la mayoría de edad era a los 23 años) fusiladas al alba aquel día de agosto frente a la tapia del hoy cementerio de la Almudena, dedica en su última carta a su familia antes de ser ejecutada. “Madre, madrecita, me voy a reunir con mi hermana y papá al otro mundo, pero ten presente que muero por persona honrada. Adiós, madre querida, adiós para siempre. Tu hija que ya jamás te podrá besar ni abrazar. Que no me lloréis. Que mi nombre no se borre de la historia”.
 


      La cultura (del latín cultus, referente al cultivo del espíritu humano y de las facultades intelectuales del hombre) que el fascista régimen intentó también exterminar, es el arte que se ha encargado casualmente de “cultivar” el recuerdo de “las trece rosas”.
      El cine, la literatura, el teatro, la música e incluso el periodismo (muy recomendable el artículo publicado en el periódico El País en 2005 por Lola Huete Machado) han impedido que este trágico episodio quede en el olvido. Porque una sociedad solo puede construirse en libertad y en principios de solidaridad y dignidad, si es capaz de asumir las tragedias de un pasado vergonzoso e hiriente.

     Hay países que han sabido aceptar  episodios humillantes  de su pasado, asumir la afrenta, utilizar el ultraje y pedir perdón para construir una sociedad integradora. Son naciones que no han luchado por borrar su historia, simplemente han asumido un episodio vergonzante y han utilizado sus resquicios para diseñar una sociedad sin ocultismos, sin vacios, sin borrones.

      En España, fueron miles los fusilados, los desaparecidos y los exiliados. Todos ellos merecen ser honrados por los que somos sus descendientes, una  sociedad que debería ofrecer destellos de luz donde todavía muchos grupos se empeñan en diseñar sombras.

      Pero también y, a pesar del declive de principios de un pueblo en crisis depresiva, hay un destello que engrandece cada día su brillantez para jamás dejar en el olvido los nombres de Carmen, Martina, Blanca, Pilar, Adelina, Elena, Virtudes, Ana, Joaquina, Dionisia, Luisa y Julia.

       Nombres que jamás serán borrados de la historia porque, muchos, como ellas, seguimos creyendo que la esencia de la vida es la lucha por la libertad.

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