El deterioro de la libertad de prensa es consecuencia de muchas cosas. Y no apelo aquí a los problemas de censura por ausencia de libertad de prensa establecidos en regímenes dictatoriales o pseudo dictatoriales (un tercio de la población mundial según Reporteros sin Fronteras), ni tan siquiera quiero recalar en el riesgo que supone en algunos países intentar apelar a la libertad en cualquiera de sus expresiones.
Para reivindicar
En este territorio árido se ha de comenzar a actuar. Lo primero a hacer lo ha de realizar el periodista, cómplice verdugo del descrédito y la ausencia de libertades en el ejercicio del periodismo. Enarbolar la bandera de la autoculpabilidad y autoresponsabilidad por la contribución al secuestro de lo que hoy queremos defender ha de ser la iniciativa que ha de guiar al periodista en la presente coyuntura.
Los que ejercemos el
periodismo no podemos escudarnos en apelar a la necesidad de sobrevivir como
individuo para excusarnos en la claudicación ante consignas editoriales, también
podríamos referirnos al capitalismo ejercido por los grandes grupos editoriales
como manipuladores de la realidad; pero ni uno ni otro argumento serían
honrosos para defender nuestra maltrecha reputación.
Ninguna justificación es válida en un momento donde se requiere de la recuperación de la dignidad en el universo periodístico como único camino para volver a disponer de la libertad en el ejercicio del acceso a la información de la sociedad.
Únicamente por esa
función social de la prensa, ya resulta necesario con urgencia que el
periodista adquiera renovado el rol de descriptor de la realidad y retome los
fundamentos del oficio del viejo trovador de contar lo que pasa a la sociedad.
Ha de luchar por trasladar información y no contribuir a manipular realidades,
esconder hechos o convertirse en protagonista. El periodista ha de preocuparse
por informar y alejarse del objetivo de querer formar.
Para ello, debería renunciar
a ese nuevo oficio de “tertuliano-opinador”. La labor del periodista es mostrar
qué pasa y analizarlo, pero para hacerlo desde la libertad ha de rechazar el
papel de esclavo servil al poder de quien subvenciona y propaga sus opiniones
convirtiendo a un simple juglar en un líder de opinión. Ese virus inoculado con potencia y de forma
abrupta en el mundo del periodismo, donde la soberbia y la prepotencia también
han herido letalmente esta profesión.
No obstante, y a pesar
de esta envilecida coyuntura existe un camino a la esperanza. Algunos ya se han
revelado, los EREs que están condenando al periodismo por gerencias encargadas
de dirigir una empresa mediática como si se tratara de una fábrica de coches,
han espoleado la dignidad del que se siente periodista. Muchos de ellos han
iniciado el sendero para recuperar el rol de transmisor de información,
potenciar el reporterismo, retomar la labor de investigación. En definitiva,
asumir el papel que dio origen al nacimiento del periodismo y consiguió el
establecimiento como necesario de la libertad de prensa.
Pero para defenderla
primero es necesario tener el control de la información y liberarla del
secuestro a que está sometida por el
poder económico y político. El periodismo tiene la obligación de comprometerse
pero ha de hacerlo como parte de la ciudadanía y no como parte del poder.
Y solamente si el
periodista es capaz de distanciarse de los factores que lo han corrompido y se
resigna a desempeñar el oficio de “contar cosas” evitará que se deprecie más su
profesión. Entonces se convertirá en un ser social libre. Y únicamente desde la
libertad se podrá luchar con garantías por la libertad de la prensa.
Articulo publicado en www.periodistasvalencianos.es
Articulo publicado en www.periodistasvalencianos.es