La edad te abre perspectivas diferentes en infinidad de conceptos. Entre ellos, sorprendentemente en mi caso, ha ido creciendo una identificación y una estima a lo que siempre ha sido, pero ahora siento, como mi único hogar: mi Cabanyal.
A pesar de reposar desde mi nacimiento cada día en su corazón, ha sido en la madurez donde juntos hemos adquirido un estado adolescente de permanente enamoramiento. La amenaza a su desaparición ha exacerbado mucho más esa emoción que tiene su raíz más profunda en la simbiosis que representa el Cabanyal y mi padre. No concibo referirme a uno sin el otro.
Mi padre es nacido y criado en las calles más marineras de la ciudad de Valencia, sus ojos se empañan cuando evoca los recuerdos de su niñez, su voz se quiebra cuando relata los momentos compartidos con sus vecinos, su memoria se abre cada vez que encuentra en su prodigiosa memoria un detalle, un recuerdo, una imagen, un sonido, incluso es capaz de abrir su libro de vivencias tras evocar un aroma.
Pero nada vidria su mirada como cuando se refiere a su “veïnat”. El Cabanyal está invadido por el aroma a sal, su luz es radiante, sus adoquines ofrecen una visión singular, pero el verdadero valor de este distrito marítimo no solo es su bagaje cultural, su arquitectura o su gastronomía singular, su mayor riqueza reposa en su vecindario.
Durante siglos la población del Marítimo ha vivido vinculada al mar. Era pescadora, pero también, por ejemplo, albergaba en su seno todos los oficios de que precisaban los astilleros de Unión Naval de Levante que nutría casi por completo su plantilla de trabajadores de la gente del barrio marinero.
Toda esa población ha marcado la idiosincrasia del barrio, casi de la misma forma que las calles cabanyaleras han labrado la personalidad de sus vecinos. Caminar por sus calles supone compartir la vida con los rostros que cada día, todos los días, son el paisaje con el que convivimos los que residimos en el distrito marítimo.
Como dice mi padre, el sentimiento familiar de la vida en un barrio nace de compartir el mismo cielo y el mismo aire cada día con la misma gente. Hay días que no te saludarás pero hay otros en los que compartirás conversación y asiento en algún banco de la calle de la Reina. Todos se conocen, “en esa casa vivía mi tío”, “ese es menganito, hijo de Pepita, sobrino de Paquito”; etc. Cada vecino podría perfectamente diseñar el árbol genealógico de su convecino.
Y eso lo hace haber crecido y envejecido juntos.
Esa gente merece que las nuevas generaciones que, aun disponemos de la suerte de su memoria para evocar ese Cabanyal del siglo XX, defendamos con dignidad y con el orgullo de pertenencia a él a todo un pueblo. Esa reivindicación que quienes parece tienen la única potestad para definir el futuro del barrio, se empeñan en silenciar y envilecer. Si alguno (o todos) de los responsables políticos de la ciudad fuera capaz de dejar su atalaya para pasear y conversar con la gente cabanyalera nuestro presente sería diferente.
Por eso, la iniciativa de “portes obertes” es una forma extraordinaria de acercarse a este vell Poble Nou de la Mar independiente hasta 1897. Porque nada refleja más el alma de un barrio que el corazón de su pueblo.
http://www.cabanyal.com/nou/2013/02/03/portes-obertes-2013/?lang=es
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