El chauvinismo requiere de una
identificación completa con un nacionalismo que olvida el razonamiento para
aposentarse en una ceguera fervorizada. Nunca los extremos son positivos como
jamás la parcialidad debería ser entendida sin tolerancia; tal vez por eso
cuesta tanto aceptar la existencia de mentalidades unidireccionales que no aceptan
discrepancias, críticas o reproches.
Por desgracia cierto es que la sociedad
actual, esa tan globalizada como “orgullosa ignorante” como diría Javier
Marías, tan sólo venera el éxito. Nada resultaría tendencioso si no fuera por
las ínfulas por establecer el ocultismo para extender una única base de
pensamiento y actuación.
Después de una semana convulsa en
lo económico y lo político, el deporte ha llegado al rescate de quienes continúan
ejemplarizando un país que coquetea demasiado con el abismo como para ser
paradigma de prosperidad. Sin embargo, es ese espacio que llena el ocio de la población el
que ofrece la posibilidad de asirse a los principios de unión del Estado.
Tal vez por ello discrepar o
cuestionar triunfos de deportistas o equipos nacionales e incluso alzar la voz
para reprender actitudes de “ídol@s nacionales” supone ganarse el calificativo
de apátrida, renegado, traidor o blasfemo.
Sin embargo, es sólo desde la
atalaya de ese grupo de la sociedad desde donde se observa esa realidad que por
censurada parece inexistente. Mal comenzaba el finde aceptando que tanto daba
la clasificación de la selección española para semifinales o no de la Eurocopa.
Profesionalmente en tiempos de sequia informativa es un filón que los chicos de
Del Bosque nos dejen carnaza para avivar la permanencia de la información
deportiva en un verano especialmente desértico de noticias, pero, no entiendo que tengamos que soportar las
urbanizaciones completas de banderas españolas o tener que vestir de rojo y
gualda, lanzar petardos con cada gol, etc.etc.
Así que una vez clasificada
España para semifinales con superioridad, quedaba estéril cualquier otro debate
porque claro, los chicos ya han cumplido y “ya está bien de ser desagradecidos
con gente que nos ha dado tantas alegrías”. Uff, prometo que esta frase la he leído
en un medio de comunicación serio-serio-serio.
Tras este ejercicio de mutis
obligado llegaba el domingo. La Fórmula
Uno, un capricho de millonarios con un montante capital que chirria en esta
coyuntura de crisis mundial, arrancaba con la depresión de ver al piloto
español Fernando Alonso lejos de los privilegiados lugares de aspiración a la
victoria (recuerdo que también De la Rosa comparte patria aunque cueste que el
chaval tenga un minuto de gloria que aplauda su esfuerzo de superación).
Sin embargo, el guión salió perfecto
para cualquier gobierno de un país en un domingo previo a la demanda oficial de
la ayuda financiera a los socios del continente. De entre las cenizas cual Cid,
el asturiano renació apoyado por el demérito de sus rivales que fueron cayendo
en la batalla, para lograr el triunfo de un Gran Premio que en su quinta
edición ha ofrecido por fin la imagen por la que fue creado, la de la victoria
del famoso piloto hoy de Ferrari.
Ante tan magna aura de
españolismo hoy toca plegar velas porque parece que es imposible la
discrepancia porque eso sólo sería envidia, o machismo, según alguna letrada ¿periodista?
que osa dar lecciones de civismo desde
la jaula protectora que deja pertenecer a un grupo mediático potente o disponer
de la no necesidad de atajar normas para poder recibir un sueldo mensual y de cuyo nombre por el bien de mi salud prefiero no acordarme.