jueves, 7 de junio de 2012

IMPOSIBLE DECIR ADIÓS A MANOLO PRECIADO

Decía Miguel Hernández en su poema ELEGIA,
“no perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta….”.
         Manolo Preciado perdonó demasiadas veces la llegada de la parca a su entorno mientras ésta le arrebataba el corazón. Manolo perdonó demasiadas veces a la vida a pesar de los caminos sinuosos que le presentó.
         Y hoy, los que quedamos huérfanos de su fuerza deberíamos perdonar a ambas cuando una y otra han sido tan crueles como extrañas, tan feroces como rudas. La muerte ha decidido erigirse ante él para arrancarle ese futuro que de nuevo labraba con el optimismo que desprendía  y la vida, ¡ay, la vida!, de forma perversa ha decidido rendirse ante tanta energía, tanto carácter, tanta pasión,  tanta bondad.
        La consternación que provoca un adiós inesperado no permite el razonamiento, cuando la tempestad hiere de proa a popa la barca donde se mecen los sentimientos, ni el más profundo mar deja espacio para el consuelo.
        Ese mar donde Manolo navegaba cual capitán con energía racial de una naturaleza virgen. Su cuna era el Cantábrico, pero su resurgir cual Dios Neptuno después de los primeros reveses que la vida veleidosa le cruzó en su camino, fue el Mediterráneo, ese mismo que contemplaba cuando su enorme corazón calló.
              De Manolo Preciado se podrán narrar miles de anécdotas, se podrán enumerar cientos de virtudes, se podrán describir otras tantas escenas, y todas, todas, todas ellas, siempre llevarán el sello que sólo la buena gente, la de mirada limpia, enorme corazón y alma gigante acuna en un interior donde la excelencia no encuentra matices. Donde se es bueno porque sí, porque se lleva impregnado en las entrañas y porque cualquier argumento que quiera desalentar tanto entusiasmo y tanta fuerza queda varado en la orilla.
          Ahí, donde nos ha dejado Manolo, en la orilla. Compungidos y con la soledad que los afectos no podrán calmar. Cuando se desencadena tanto cariño no es casualidad, coyuntural o ficticio, es la verdad pura, recoger tanto cariño sembrado sólo se hace desde la transparencia de un carácter y una personalidad que  hacía percibir a quien se acercara a él la ferocidad de una fuerza que, cuesta creer, sí cuesta mucho creer que  ha sucumbido.
           Perder la vida no es dejar de existir.  Manolo, Manolo Preciado Rebolledo no dejará de existir mientras un solo corazón que se haya cruzado con su alma lata en estos lares donde transitamos.
            Siempre habrá una frase, un recuerdo, una anécdota que nos evocará la imagen, la desgarradora voz y la eterna sonrisa de quien consideraba a todos su amigo, su hermano, su compañero, ese mismo que evocaba Miguel Hernández en su elegía:

"A las aladas almas de las rosas
Del almendro de nata le requiero,

Que tenemos que hablar de muchas cosas,
Compañero del alma, compañero"


Manolo, amigo, compañero levantinista, marinero, BON VENT I BARCA NOVA


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