Decía Miguel Hernández en su
poema ELEGIA,
“no perdono a la muerte
enamorada,
no perdono a la vida desatenta….”.
no perdono a la vida desatenta….”.
Manolo Preciado perdonó demasiadas veces la
llegada de la parca a su entorno mientras ésta le arrebataba el corazón. Manolo
perdonó demasiadas veces a la vida a pesar de los caminos sinuosos que le
presentó.
Y hoy, los que quedamos
huérfanos de su fuerza deberíamos perdonar a ambas cuando una y otra han sido
tan crueles como extrañas, tan feroces como rudas. La muerte ha decidido
erigirse ante él para arrancarle ese futuro que de nuevo labraba con el
optimismo que desprendía y la vida, ¡ay,
la vida!, de forma perversa ha decidido rendirse ante tanta energía, tanto
carácter, tanta pasión, tanta bondad.
La consternación que provoca
un adiós inesperado no permite el razonamiento, cuando la tempestad hiere de
proa a popa la barca donde se mecen los sentimientos, ni el más profundo mar
deja espacio para el consuelo.
Ese mar donde Manolo
navegaba cual capitán con energía racial de una naturaleza virgen. Su cuna era
el Cantábrico, pero su resurgir cual Dios Neptuno después de los primeros
reveses que la vida veleidosa le cruzó en su camino, fue el Mediterráneo, ese
mismo que contemplaba cuando su enorme corazón calló.
De Manolo Preciado se podrán
narrar miles de anécdotas, se podrán enumerar cientos de virtudes, se podrán
describir otras tantas escenas, y todas, todas, todas ellas, siempre llevarán
el sello que sólo la buena gente, la de mirada limpia, enorme corazón y alma
gigante acuna en un interior donde la excelencia no encuentra matices. Donde se
es bueno porque sí, porque se lleva impregnado en las entrañas y porque
cualquier argumento que quiera desalentar tanto entusiasmo y tanta fuerza queda
varado en la orilla.
Ahí, donde nos ha dejado
Manolo, en la orilla. Compungidos y con la soledad que los afectos no podrán
calmar. Cuando se desencadena tanto cariño no es casualidad, coyuntural o
ficticio, es la verdad pura, recoger tanto cariño sembrado sólo se hace desde
la transparencia de un carácter y una personalidad que hacía percibir a quien se acercara a él la ferocidad
de una fuerza que, cuesta creer, sí cuesta mucho creer que ha sucumbido.
Perder la vida no es dejar
de existir. Manolo, Manolo Preciado Rebolledo no
dejará de existir mientras un solo corazón que se haya cruzado con su alma lata
en estos lares donde transitamos.
Siempre habrá una frase, un
recuerdo, una anécdota que nos evocará la imagen, la desgarradora voz y la
eterna sonrisa de quien consideraba a todos su amigo, su hermano, su compañero,
ese mismo que evocaba Miguel Hernández en su elegía:
"A las aladas almas de las
rosas
Del almendro de nata le
requiero,
Que tenemos que hablar de
muchas cosas,
Compañero del alma,
compañero"
Manolo, amigo, compañero levantinista, marinero, BON
VENT I BARCA NOVA