Tan real como que vivimos un momento
histórico social y político es que, hay generaciones que ahora, que por fin han
asumido la responsabilidad necesaria para hacer realidad sus principios e ideas,
no pueden volver a defraudar a mayores, jóvenes y lo que es más importante, a
sí mismos.
Y hablo, desgraciadamente de mi
generación. Los nacidos entre finales de los 60 y principios de los 70 vivimos
con edad de parvulario la transición política y social de este país. Disponíamos
de un poco más de conciencia el famoso 23-F, día que algunos descubrimos que,
tal vez, esto de la política, era algo que sí alteraba nuestro día a día.
Ya con la madurez necesaria para asumir
responsabilidad vivimos nuestras primeras grandes protestas a principios del
siglo XXI con el “NO A LA GUERRA”; sin embargo, no pudimos (o no supimos)
canalizar la impotencia de la rabia tras fracasar nuestra perspectiva
profesional o nuestros sueños de vivir desde la comodidad de la clase media
nuestra singladura en esta sociedad.
Aun así, tuvimos atisbos. Ofrecimos
nuestra voluntad, asomamos nuestras protestas en revueltas universitarias,
celebramos conquistas sociales como nuestras, pero tal vez, solo tal vez, en
nuestra singular reflexión deberíamos aceptar que muchos de aquellos logros
fueron más el resultado de la lucha activa de nuestras generaciones precedentes
que nuestra total implicación solidaria.
Nosotros fuimos cómodos. Hemos sido
cómodos. Tuvimos facilidad para acceder a estudios superiores, vivimos unos
80-90 de vida universitaria alegre, seguimos los pasos vitales con actitud
conservadora, algunos (muchos) incluso con mentalidad conservadora. Por eso, hemos
de asumir que fuimos los más firmes partícipes de provocar que nuestro
“meninfot” facilitara el acceso al poder de la derecha política y, lo que es
más grave, social.
Fueron nuestros padres los que reivindicaron para nosotros la necesidad
de libertad con actos y acciones que, a muchos de ellos, incluso dejaron
cicatrices en ideologías, cuerpo y mente.
Y ahora, son nuestros hijos mayores o
nuestros más lozanos alumnos los que han canalizado mucha de nuestra impotencia
ante la pérdida de trabajo, la reducción de las libertades básicas, los
recortes sociales y la alteración negativa de nuestra acomodada vida de clase
media, para brindarnos la oportunidad de dejar nuestras palabras y nuestros
quebrantos a un lado para poner en acción nuestros principios y valores. Ésos
que nos inculcaron nuestros padres, ésos que hemos sembrado en nuestra
conciencia, pero también ésos que
algunos (muchos) escondieron en barbecho
para vivir el aquí y ahora.
Nuestros mayores y nuestros jóvenes nos
han regalado una nueva coyuntura. Nuestra procedencia y nuestro futuro merece
que, esta vez sí, aprovechemos las circunstancias, expongamos nuestra valía,
mostremos nuestras capacidades, pero
sobretodo, metabolicemos nuestros errores y no, esta vez no les volvemos a
fallar. La historia, pero sobretodo, ellos, no nos lo perdonarían jamás.
Así que a trabajar, cada uno en su
entorno, en su cotidianeidad, en su sociedad, en su familia, en su
responsabilidad, porque esta vez sí, puede que podamos ser nosotros los únicos
pilotos de nuestra propia vida y, lo más importante, labremos el futuro que
nosotros también merecemos.