La tendencia a establecer extremismos en casi todas las parcelas que ocupan nuestra vida suele ser casi una corriente en la población mundial actual. Relativizar, por desgracia, se convierte en un propósito que sólo los distinguidos por una serenidad innata son capaces de manejar con maestría.
Los factores entre los que oscila la sociedad que nos acoge suelen balancearse entre la euforia, la embriaguez o el entusiasmo al pesimismo, el desánimo o la apatía.
Sin embargo, existe un factor que aglutina la capacidad de recuperar la solidaridad, una quimera en el universo individualizado que caracteriza el devenir del siglo XXI. Tal vez por ello sorprende en los últimos días el apoyo que ha recibido el jugador del FC.Barcelona, Eric Abidal, tras anunciarse el diagnóstico que le obliga a someterse a un trasplante de hígado.
Los accidentes o problemas de salud se están convirtiendo en ejemplos de adhesión y respaldo. ¡Fataría más! ¿Por qué nos continúa sorprendiendo un comportamiento “humano”?
La insensibilidad exacerbada envilece con demasiada frecuencia la convivencia. La deshumanización genera que incluso llegue a ser sorprendente el talante natural del deseo del bien del prójimo tanto como el propio.
Todo se diluye cuando ves asomarse la parca entre resquicios de esplendor vital, entonces se tambalean los cimientos que parecen sustentar esa necesidad de vivir (o sobrevivir) en quinta velocidad permanente. Sólo cuando merma la salud valoras la presencia serena de un amanecer, la calidad de una buena amistad, la estima familiar, una buena canción, una película…
Sólo cuando merma el más alto valor: la vida, es cuando por una vez tiene mucho más valor que sean los detalles los que florezcan sobre los conceptos. Y eso, hoy por hoy es un gran regalo.