El ritmo vertiginoso de esta estresante década agravia cualquier ápice de sosiego en la rutina diaria. Los que, de una u otra forma, somos partícipes activos de la necesidad de contar andamos desprovistos, muchas veces, del reposo que requiere el trato exacto, impoluto y analítico de la información para transmitir simplemente la realidad. Constatar lo que pasa sin alardes subjetivos que envilezcan la información en pro de la “marca” que nos tiene atrapados bajo la percepción mensual de un sueldo.
Cada vez es más difícil la tarea de observar con mirada diáfana cuanto acontece. El sustento económico necesario para sobrevivir en este mundo devorador ataca al eje del periodista en su más virgen esencia, la de describir la realidad, que no, escribir la “realidad” que ven o muestran medios, empresas o instituciones.
La subjetividad, que durante décadas parecía terreno prohibido, se ensalza en la actualidad de forma desorbitada. Los extremismos, ese balanceo en el que se mueve la sociedad, hacen imposible la pausa en la gama de grises en las que deberíamos encontrar acomodo todos y, muy especialmente, los profesionales del periodismo.
Ahora casi resulta irrisorio el radicalismo tan exhibido en el periodismo deportivo, decantarse por tal o cual equipo es superfluo en comparación con el fundamentalismo que exponen la mayoría de las empresas de comunicación en esta coyuntura d cambio social.
Personalmente, me niego a asumir que lo básico no sea lo esencial. Prefiero seguir ingenua y considerar que existe la libertad humana para exponer, expresar y sentir bajo los principios siempre del respeto pero con la necesidad de no ser manipulada en lo primordial. Si hasta la iglesia considera que “la verdad nos hará libres” (Juan 8.32) por qué no existe el ansia por alcanzarla, por qué falta la codicia para pretenderla, por qué…no se lucha por ella?