Es inevitable, no lo puedo remediar, para algunos resultará una fábula, para otros una situación irrisoria, otros estoy seguro que lo comprenderán, pero a mí me sigue emocionando la ejecución de mi derecho al voto. Me conmueve estar ante la urna con mis papeletas, en ese momento yo siempre recuerdo la imagen de mi abuelo llorando cuando yo apenas era una niña y él, después de décadas de sufrimiento votaba la llegada de la democracia. Una frase fue suficiente para considerar jornadas, como las de hoy, conmovedoras “nena, vota siempre. A quien marque tu conciencia, a tu libre albedrío pero vota. En todo el mundo han luchado millones de personas durante décadas para que hoy tú puedas hacerlo”.
Y sí, aunque a veces no es necesario ofrecer argumentos para justificar una decisión, en mi caso, el peso del consejo de mi abuelo es suficiente para fiscalizar de por vida mi participación en cualquier proceso electoral al que se me convoque.
Votar, sí, votar con “v” y no con “b” como tan despreciativamente y con el único fin de deslegitimar a la población se han dedicado a alentar estos días algunos talibanes informativos que se vanaglorian de sus rancias ideas para avergonzar el derecho a elección que dispone cualquier ciudadano. Son corifeos mediáticos que construyen una propaganda de doctrinas que marcan un desarrollo de pensamiento político que siempre recurre a las emergencias para conceptuarse desde perspectivas que juegan con la mofa, el desprecio y el escarnio para quien no participa del rebaño que creen es el pueblo. Mostrar que este mundo cree en el ser humano es la más grande de las respuestas que podemos ofrecer a este elenco de fariseos.
Es cierto que en estos momentos la barca de nuestra sociedad (la mundial) navega entre la tormenta que ha de determinar una nueva organización social, un nuevo estado social y una nueva filosofía ética y económica.
Las doctrinas de pensamiento, las ideologías o las creencias han determinado a lo largo de la historia distintos conceptos de estado, recuerdo casi de carretilla los estudiados que agrupábamos en la génesis (Grecia y Roma), el principio del Estado de Masilio de Padua o Hegel, el estado-nación de la revolución francesa, el estado-sociedad del positivismo, el anarquismo, el marxismo, el humanismo, el estado socialista, el estado-fuerza del fascismo o nazismo y el Estado Derecho.
Es únicamente éste último el que configura la vida en democracia, ese que ahora es cuestionado pero que, como dijo Churchill, “es el menos malo de los sistemas políticos”. Sí señor, hay que ir a votar. Porque estamos gestando una nueva sociedad mundial.
Si el siglo XX fue la centuria de la confrontación y la revolución ideológica, el siglo XIX fue el de la revolución burguesa y social o el siglo XVIII el de la revolución industrial, el siglo XXI vive ahora su propia revolución. Esta coyuntura convulsa por la que transitamos nos conduce al nacimiento de un nuevo estado, una nueva sociedad, unos nuevos principios de convivencia y unos preceptos económicos no estereotipados todavía.
No obstante, estamos confundidos. Después del “estado de bienestar”, no oteamos el horizonte con claridad y, en consecuencia, no tenemos directrices de guía para actuar. Pero tenemos que ser solidarios, creer en la fuerza humana, transformar nuestro descontento y desasosiego en trabajo por el bien común, que el sentimiento de indignación globalizado en el mundo moderno no condicione nuestra conciencia ni el futuro de nuestros hijos. Al contrario, con estos preceptos hemos de construir que nos permitan crecer, siempre desde la libertad, desde la esperanza en el mañana pero con la base en el análisis de lo vivido en centurias recientes pero también arcaicas. Resulta complaciente leer a Aristóteles, Platón, Darwin, Santo Tomás de Aquino, Rousseau, Fichte, Marx o Webber, por ofrecer sólo un pequeño abanico de filósofos.
Leyendo a cualquiera de ellos en cualquier libro de historia identificaríamos esta depresión económica y social que hoy nos ahoga. Se han reiterado siempre desde que el mundo es mundo coyunturas insoportables en los inicios de una centuria, pero hoy en el siglo XXI hay un ligero pero gran cambio o novedad, disponemos de la experiencia del pasado, sabemos lo que no queremos y reconocemos, incluso los más pesimistas que la catarsis germinará en un nuevo mundo. Aceptar que eso es así y que, no sabemos si por suerte o desgracia, nos ha tocado a nosotros diseñarlo. Si aceptamos este axioma aceptaremos que edificar un nuevo mundo depende sólo de nosotros, de todos nosotros y para ello está prohibido el derrotismo y el escondite en el cascarón como fondo de pensamiento y actuación.