La gente de la mar siempre ha dignificado la profesión de quien coquetea con la parca, el objetivo es no sucumbir ante los peligros naturales. En la tauromaquia es precisamente ese tonteo con la posibilidad de encontrar la muerte lo que dota de sentido la emoción de lo que, muchos definen como “arte del toreo”. En el deporte, el peligro que entrañan la práctica de modalidades como el montañismo también acarician el riesgo para dotarla de una innegable emoción y un deseo de aventura que diseñan una personalidad, cuando menos singular.
Otros, mal denominados deportes, como el motociclismo o el automovilismo se revisten de un alarmismo e inseguridad innecesaria. No deberían idolatrarse vidas que sólo encuentran significado tras aceptar el riesgo inherente de convivir con el peligro de forma permanente.
Es inconcebible que una de las causas de muerte más altas en el país entre los adolescentes (accidente de moto), se encumbre entre jóvenes, muchos de ellos imberbes, que asumen el rol de simples iconos publicitarios para convertirse en tremendistas y vivir su aventura sin la premisa del alto porcentaje de accidente y contingencia que puede originar una fatalidad irreversible.
La muerte de Marco Simoncelli ha exacerbado lo que, mientras para unos es un espectáculo, para otros es un hobby demasiado arriesgado. Correr embutido en un mono con sólo el protector de un casco a velocidades que superan los 250 km ./h. es una temeridad.
Cada vez la edad media de los pilotos es más tempranera, un dato que lejos de congratular debería alzar las alarmas y levantar la alarma social. No es deporte aquel donde la destreza en manejar una máquina. Ello significa aceptar que el triunfo depende más de la tecnología que del esfuerzo del hombre.
El colectivo “motero” rechaza de pleno esta argumentación, pero sí enarbolan banderas de protección ante las autoridades ante fatalismos como la muerte del piloto italiano. “Quemar goma o rugir el motor son algunas de las expresiones de quienes, tal vez, de forma inconsciente, quieren ejemplarizar lo que definen como forma de vida.
Dice Serrat que “cada quien es cada cual y baja las escaleras como quiere”. Perfecto, pero yo, puesto a escoger, prefiero aplaudir lo conseguido tras un buen esfuerzo físico antes que una modalidad deportiva que principalmente juega con la rebeldía de jóvenes adolescentes por intereses únicamente económicos.