El periodismo está en precario, o mejor, agoniza. La solemnidad y el manto bajo el que nació el “oficio” de contar noticias y que tendría su raíz incluso más allá de la época moderna, vive una crisis de valores. Amparados en la libertad de expresión, el modelo de negocio que ha experimentado el manejo de la información ha empequeñecido la ética de una profesión que se nutría de unos preceptos que parecen anacrónicos exhortados por el clima social y las exigencias de las demandas comerciales. Pero también, (no debemos obviarlo) por la falta de responsabilidad de la que adolecen las nuevas generaciones de ¿periodistas?. Personajes que ejercen una profesión para la que muchas veces, no sólo no están preparados intelectualmente, sino tampoco éticamente.
La coyuntura no sólo se circunscribe a un modelo sino que se extiende a lo que ya es un territorio árido que engulle todas las exigencias mínimas del buen periodismo. El debate sería extenso, pero la depreciación es innegable.
Por una parte, la proliferación de medios de comunicación, lejos de incentivar al periodista, ha envilecido los principios morales que se le otorgaron al actor principal cuando germinó esta profesión. El intrusismo ha proliferado refugiado en la cantidad. Bajo esa premisa se “ha abierto la veda”, Los deberes y obligaciones del periodista como tal quedan relegados por el ansia de convertirse en actor principal. Hoy el periodista es el personaje.
La rigurosidad parece diluida y la solemnidad dilapidada. Iñigo Gabilondo, en un magnífico retrato sobre la coyuntura periodística que realiza en su último libro, ha expresado con contundencia que “el paro se ha convertido en el enemigo de la libertad de expresión”. Argumento que comparto al 100%, pero, no obstante, este análisis no debería permitir el “tutti-frutti” en el que se ha convertido ejercer el oficio de contar las cosas. Y aquí incluiríamos también la proliferación del busto parlante y la “niña mona”, excelente locutora leyendo el telepronter pero escasa de recursos para los momentos de espontaneidad y/o de rigor informativo que ha de ser innato e inherente al ejercicio de la profesión periodística.
El deterioro, por tanto, tendría una raíz en el intrusismo que ha generado corifeos mediáticos, pero también en las exigencias económicas y las dependencias ideológicas que han reducido la pluralidad y la honestidad. Y no vale la excusa de la lucha de una audiencia porque ésta, no sólo comienza a dudar de la veracidad de lo que se le ofrece.
Los pioneros en contar noticias no aceptarían el felpudo de las excusas, deberíamos de dejar de ser reticentes y asumir la responsabilidad de ser referente en un mundo en catarsis. De cómo sepamos adaptar el periodismo a la coyuntura será lo único que nos permita endilgar el camino del prestigio de quien tiene el deber de retratar el cambiante mundo que nos rodea desde una total independencia.