No existe una profesión envilecida por el intrusismo permitido desde todos sus factores como el periodismo. La lucha por dignificar el viejo oficio de contar cuanto sucede a la población que originó el nacimiento de la prensa allá por los albores del siglo XIX ha sucumbido ante la necesidad de convertir en memorable lo rutinario. Los principios básicos de objetividad y ética son valores que rondan la utopía en la sociedad globalizada que nos acoge. El rigor obsesivo no encuentra amparo en ningún concepto periodístico actual.
En el periodismo deportivo el despropósito y el romance que comparte con la prensa amarilla (tildada ahora de un color rosado) alberga la renuncia al compromiso deontológico de esta actividad nacida en otro tipo muy distinto de romanticismo. Conceptos como no ser nunca el periodista protagonista se han esfumado. Hoy el mensaje es encubierto, la sociedad de la imagen ha convertido en un estilo febril la creación de un personaje para que “cuente” noticias. Un personaje que, por cierto, ha de ser atractivo a la cámara, con tono de voz tenue y vestir tacones.
No existe ninguna duda que la única revolución del siglo XX que no ha fracasado es la que esgrimió la bandera de la “liberalización” de la mujer. Sin embargo, a veces el poder descoloca y en esa coyuntura vive hoy la mujer periodista. En esta rutilante efervescencia el surgimiento de figuras como Sara Carbonero son extremadamente dañinos para una parte de compañeras que no tenemos los ojos azules ni tenemos la ¿suerte? de ligarnos al capitán de la selección campeona del mundo.
Al amparo de la audiencia y el “todo vale” están proliferando en los medios de comunicación la necesidad de disponer en su plantilla del talismán que atraiga el público. Un talismán que representa un porte atractivo, unas curvas de vértigo y una juventud lozana que alterne la lectura de las noticias periodísticas con la creación de un personaje que alimente a la prensa rosa, ahora inevitable compañera de viaje.
No soy yo quien vaya a cuestionar los indicadores de actuación de los grandes grupos mediáticos pero si me gustaría mostrar desde aquí la indefensión en la que nos vemos atrapadas muchas periodistas que ejercemos la profesión en la sección de deportes desde hace años con el “único” mérito de disponer de un título de licenciado universitario, tener un aprendizaje que nos ha llevado desde campos de fútbol de categoría preferente hasta en mi caso, la cobertura de dos finales de Champions League.
No somos periodistas de una sola dimensión, nuestro bagaje se ha forjado en la adversidad por tener que examinarte cada día ante los jefes, los compañeros y los personajes sobre los que cubres la información mostrando unas cualidades profesionales que al hombre se le presupone pero que en el caso de la mujer ha de constatarse con su actuación diaria. Ellos pueden hablar del atractivo de la tenista X pero si a la chica se le ocurre algún comentario sobre la imagen de tal o cual jugador, estamos perdidas. No sabemos de deporte, sólo nos interesan los cuerpos de los deportistas….Y no, eso no.
Por eso, que la Federación de Asociaciones de Radio y Televisión de España haya otorgado la Antena de Oro 2010 a Sara Carbonero por su trabajo en el Mundial de Sudáfrica parece una burla irritante a cientos de periodistas. Me consta que muchos compañeros allí desplazados alternaron el periodismo de calle en busca de reportajes con la cobertura de un partido de fútbol, la indefensión social que les acompañaba o la singularidad de situaciones que les obligaba a pasar crónicas por teléfono o recurrir a triquiñuelas para trasladar a todo el mundo la mayor información posible sobre el evento mundialista.
Ante esta coyuntura, voy a ser osada Sara al indicarte que nos harías un gran favor a la profesión y a miles de compañeras periodistas si rechazaras un premio que tú, inteligente como se te supone, sabes que no te pertenece. Al menos no por los motivos que ha esgrimido el Jurado de la mencionada federación adjudicatoría del galardón de Antena de Oro.
No has de pedir perdón por ser guapa, porque enamores a la cámara y tengas una pareja de primera línea, pero sí puedes ofrecer gestos que mermarían un tanto el daño que, tal vez de forma ingenua o inconsciente, estás liderando en la profesión. Si rechazaras el personaje cimentado sobre ti sería un hachazo para el envoltorio propagandístico que sostiene el entramado de chica guapa, personaje social y modelo publicitario que todos los medios de comunicación quieren tener ahora en su plantilla sin importar las capacidades profesionales.
A veces un gesto se convierte en epicentro de un punto de inflexión y somos muchas las periodistas que sobrevivimos reivindicando nuestra profesión sin el ánimo de elevar a categoría de excepcional nuestro trabajo ni nuestra vida. No somos más que nadie por ello pero tampoco menos que nadie porque peinemos canas o Dios no nos haya bendecido con un cuerpo escultural.
No hay comentarios:
Publicar un comentario