La
abstención con la que ayer el PSOE facilitó la prolongación como presidente del
gobierno de Mariano Rajoy ha originado innumerables análisis y comentarios,
aunque lo más grave es el sentido de abandono y orfandad que dejan a muchos
ciudadanos de conciencia socialista (militantes actuales o pasados del otrora
honroso PSOE) que jamás votarán a PODEMOS.
Una
de las voces de responsables socialistas que se alzaron con mayor potencia las
últimas jornadas, Josep Borrell, apuntó en una de sus declaraciones “habrá que hablar con el señor Iglesias. Muchos de los hijos
de los socialistas están allí”.
Es innegable que un alto número de jóvenes que
conocen la transición española por lo leído en los mismos libros donde se habla
de la guerra civil, la República Española o el Imperio Romano, ha focalizado su
descontento social y su despertar a la política amparados al movimiento
político gestado tras un 15-M que despertó la conciencia de una sociedad anestesiada
durante demasiados años.
Sin embargo, los que sí vivieron el tránsito de
una dictadura a la democracia, padecieron el miedo de un intento golpe de
Estado (de los de verdad, con tanques en la calle, la televisión pública tomada
por militares y la gente encerrada en casa), se ilusionaron con la llegada del
sufragio universal, el acceso de la mujer a la vida laboral o el avance social
que supuso la llegada del divorcio a España, siguen mirando con recelo a un
líder político que vocifera en lugar de hablar, que riñe en vez de armonizar y
que desafía en lugar de proponer.
Esos ciudadanos, también indignados y con
muchas más coincidencias con sus hijos de las que unos y otros imaginan, ayer quedaron
huérfanos políticamente.
Ese colectivo, que sigue recelando de un líder
que, alguna que otra vez, les ha culpabilizado de muchos de los actuales
problemas originados (siempre según Iglesias) por no radicalizar una
constitución que, en algún momento, ha calificado como “candado del 78” y “régimen
de la transición”, ha vivido con desazón
la abstención socialista.
No solo se sienten traicionados (cuando uno es
traicionado, es porque alguien es traidor y una verdad no debería enojar jamás)
sino que, lo que es peor, se sienten abandonados, entregados, engañados y
burlados.
Muchos de ellos, hijos o sobrinos de individuos
muertos o encarcelados por defender en 1936 el sistema político legítimo ante
el golpe de estado (de nuevo, eso sí fue un golpe de estado al régimen
democrático vigente) de un militar que gobernó en España durante 40 años,
sienten todavía en un rincón del alma la aflicción por sus familiares
desaparecidos, los años de su infancia robados por la ausencia del padre o
abuelo y las limitaciones económicas que les impidieron el acceso a la
universidad o les obligó a iniciar su vida laboral con 15-16 años para contribuir
a la supervivencia familiar con una leve aportación económica.
Ese grupo de ciudadanos que, a pesar de los
peligros, vivió con ilusión la militancia sindicalista y política desde la
clandestinidad, con reuniones en bajos de bares y casinos de pueblo en horas
intempestivas, o que acudían a escondidas de sus familias (para evitarles
sufrimiento) a las manifestaciones reivindicativas de la libertad (protestas
que no se acompañaban de ritmo de batucadas sino del sonido de sirenas y
pelotas de goma de los entonces “grises”, viven hoy faltos de líderes y
desamparados políticamente.
A toda esta gente, el paso de los años los ha
despojado de referentes y, desde ayer, de símbolos
.
A ellos, que, en contra de su propia conciencia,
fueron capaces de votar sí en el referéndum de la entrada a la OTAN, solo
porque Felipe, el compañero que vestía chaqueta de pana, (hoy Señor González) lo
argumentó como necesario para avanzar en el desarrollo del país.
A ellos, que creyeron en un joven militante que
en 2004 llegó al gobierno para diseñar el mayor avance social que ha
experimentado este país los últimos 60 años.
A ellos, que se despojaron de la inocencia
socialista cuando todavía como trabajadores, presenciaron cómo muchos de los
compañeros sindicalistas comenzaron a vestir chaqueta, reunirse en consejos de administración
y olvidar la mejora de las condiciones laborales de la clase social por el
combate desde un buen despacho.
A ellos, que continuaron el camino cuesta abajo
emocional e ideológico cuando aquel, hasta entonces honroso presidente
socialista en 2009, en lugar de mantenerse fiel a sus principios ideológicos y
dejar el gobierno para no “engañar” a sus acólitos, claudicó ante los poderes
fácticos de la sociedad y economía mundial negando la visión de una crisis que iba a marcar el desarrollo económico y social
y la involución de los derechos civiles de la Europa en estos primeros años del
siglo XXI.
A todos ellos, la abstención ayer del PSOE para
facilitar el gobierno del partido conservador que aglutina a la derecha más
reaccionaria de este país, los ha dejado huérfanos.
Muchos ya se habían desencantado del partido
socialista cuando éste comenzó el diseño de una estructura jerarquizada donde
el militante solo era útil para estar de interventor en alguna urna o para
aquella novedosa campaña del “puerta a puerta” del 96 donde comenzaron a
entender que, tal vez, lo que propagaban desde la cúpula no era lo que sentían
ellos como militantes de base en su ideario.
Esos socialistas, que viven un socialismo
ideológico, que actúan desde la solidaridad y el bien común que les inculcó la
pertenencia a una clase social honrada, honesta, laica o agnóstica pero
respetuosa, intelectual, ávida de sueños, se quedaron ayer huérfanos.
Algunos, hasta ayer, todavía eran fieles cada llamada
a las urnas con la papeleta del puño y la rosa por lo que representaba en su conciencia
personal el orgullo de pertenencia al honroso PSOE del pasado siglo.
Son gente
que ha vivido el deterioro de la ideología socialista los últimos años y han
contemplado aturdidos la metamorfosis de sus otrora referentes con dolor, ira y
hasta rabia y enojo. Pero ante la necesidad de elegir, hasta ayer preferían
votar con el corazón e ilusionarse en la
esperanza que algunos personajes de esa “cosa rara” que empezaba a ser el PSOE,
todavía le infundían, aunque fueran solo unos pequeños instantes.
Desde ayer, no les vale la venda en los ojos ni
la pinza en la nariz. Desde ayer, el cuadro con el símbolo del puño y la rosa
que adornaba un rincón del salón ha pasado a un cajón de un viejo armario.
Desde ayer, ni el dolor causado por las descalificaciones a los socialistas con
la que algunos diputados acusaban al grupo parlamentario del PSOE es
suficiente.
Estos días han sido demasiadas lágrimas las de
estos ciudadanos a los que ni la imagen de desolación de la bancada socialista
ayer en el Congreso les minimizará la decepción.
Tan solo, la coherente dimisión de Pedro
Sánchez (alguien también demasiado torpe en ocasiones y poco listo en otras), y la dignidad de dirigentes como Odón Elorza
votando NO a un gobierno conservador aun consciente de las consecuencias que su
indisciplina de voto le pueda ocasionar, les puede atenuar el desasosiego. Aunque todo
dependerá de cómo éstos, los ayer perdedores, sean capaces de cuidar la pequeña
semilla que sus gestos han generado en tantos corazones socialistas.
Convertirla en planta frondosa o en mustia flor depende ahora de ellos.
Si no, en las próximas elecciones, muchos serán
los que volverán a verter lágrimas al no ver representados sus anhelos, sueños,
vivencias y esperanza en ninguna papeleta y no querrán ejercer el derecho al
voto ganado con sudor, lágrimas y sangre.