En estos días de final de mes, en un país con gobierno
provisional (entre unas y otras se va a convertir en el ejecutivo más longevo
de la historia de la democracia), mientras unos intentan hacer números para
pagar recibos y sobrevivir con sueldos de miseria., otros patean la calle en
busca de un trabajo porque, incluso “haciendo caso” a la ¿salvadora? opción de emprender no superan los 500 euros de ingresos mensuales, algunos se pasean por
los juzgados dispuestos a “devolver” unos pocos milloncejos de euros robados a
toda una sociedad, y otros están pendientes de la boda de Rociito y otros
importantes asuntos banales, llega el PSOE para llamar nuestra atención.
Los hay que hace tiempo dejaron abandonar los asuntos de la
política para centrarse en los problemas de la cotidianeidad y esperar que el “laissez
faire” arregle las colas en el hospital, los barracones de los niños o crezcan las
posibilidades de aspirar a un trabajo digno.
Y los ahí que, con la misma impotencia de considerarse
personaje pasivo, la idéntica necesidad de recurrir a préstamos para llegar a
final de mes y la misma permanente búsqueda de la puerta laboral que les permita
la supervivencia, mientras se saturan con estudios y barruntan proyectos, andan
escandalizados por el momento político que nos ha tocado vivir.
Tan escandalizados como apasionados, conscientes de ser
coetáneos de, tal vez, el momento político más apasionante del s.XXI. No en
vano, muchas de las cuestiones, (de esas que parecen banales), están diseñando
las bases del futuro político que monopolizará el devenir de la sociedad que
heredarán nuestros hijos.
Porque, muy al pesar
de decenas de miles de ciudadanos, eso de la Res Publica marca la cotidianeidad
de cada uno de los individuos que vivimos en sociedad. Alegar que lo que pasa
en política no te interesa está muy bien, pero no es tan real defender que a mí no me afecta cuando, ¡ojalá no fuera
así!, la política impregna todo nuestro devenir.
La historia nos ha demostrado en demasía que, a una crisis
económica le sigue una importante crisis política que suele finalizar con una
revolución social. Así ha sido desde la Edad Media. Justo, desde esa misma
época es desde cuando la soberbia, prepotencia, la altanería, la vanidad y
otros pecados capitales como la avaricia, lujuria o envidia se muestran en todo
su esplendor en ese tipo de coyunturas.
Y ahí es donde estamos en este momento. En ese periodo donde
la batalla política no se ciñe exclusivamente a ejercer el poder, sino a no
perderlo.
Nada ha sido igual desde el movimiento del 15M, aunque erró
en algo importante: se pretendió saltar
un eslabón en la cadena. Se creyó (o nos quisieron hacer creer) que la
revolución social asaltaría la cadena política sin provocar revoluciones en esa
actividad de gobernar y organizar las sociedades humanas.
La jugada estuvo a punto de salir bien pero de nuevo, las
ambiciones personales fusilaron esa posibilidad con un tiro tan certero que ha
hecho estallar las vanidades. Esas que manejaban desde hace años un partido que
hace tiempo dejó de ser referencia para ciudadanos de ideología socialista. La
sangría de militantes en el PSOE es enorme desde hace casi una década, casi
desde que Felipe paso a ser Señor González y cambió la cazadora por los trajes
de Armani.
Sería pretencioso por mi parte un análisis verdadero
careciendo, como así es, de importantes datos informativos, me quedo con la
opinión de simple ciudadana que vive este momento de forma apasionante pero
con enorme pesar.
Herida. por ver cómo el partido, por el que mi abuelo perdió
3 años de su vida encarcelado por defender la ideología que proponía, ha sido
engullido por lo que hoy, casi un siglo después, son los poderes fácticos.
Enojada, por
comprobar cómo el periodismo ha pasado de trovador de la actualidad a generador
de la misma, con políticos en el consejo de administración de grupos
mediáticos, periódicos que sobreviven por la publicidad institucional que éste
u otro les “regala” a cambio de ostentosas loas o aquelarres, según convenga al
personaje que inyecta la pasta, o líderes de opinión (ay, mare! dónde hemos
llegado) que reparten estopa según directrices de maridos, mujeres, cuñados y
demás familia colocada en lugares estratégicos de poder, les van dictando.
Pero sobretodo, vivo estos días aturdida, decepcionada,
asqueada y triste. Muy Triste y apenada por haber vivido la catarsis del partido
que condicionó la vida de muchos de mis familiares y comprobar cómo el PSOE ha
preferido virar su ideología a esa mentalidad de centro donde se mueve el grueso de votantes de
este país, demostrando que, para la “ejecutiva”
y sus acólitos, lo importante no es la idea sino el fin, es decir, el sillón
del poder.
La derecha lo hizo a inicio de los 90 cuando decidieron
esconder la derecha heredada de 40 años de dictadura, que deambulaba en la
vieja Alianza Popular, para crear un PP donde la gaviota se llevaría de la
primera línea a personajes franquistas para situar en buena visibilidad a
representantes de una línea conservadora joven, democrática……mmm….al menos en
apariencia.
El PSOE lo hecho tarde
y mal. Ha querido perpetrar su mutación hasta el centro cuando se ha visto superado por una izquierda
(esa que tan acertadamente Borrell ha sabido definir, es la que votan sus hijos,
vírgenes de pactos sentimentales con aquellos que hicieron la tan manida “transición”)
y cuando, ante la disyuntiva de virar hacia sus orígenes socialistas de algunos
de sus mandamases, éstos se han topado con el poder de los varones que de la
pana han pasado a los sillones del Ibex 35, han visto peligrar las puertas
giratorias y con ello, el chollo que podría ser perder esa alternancia en el
poder cada 4 u 8 años compartido con el PP.
El problema es que a los “golpistas” (vaya con la paradoja
de la historia, también vienen del Sur) se les olvidó que, en toda revolución,
hay que dar espacio a la sociedad, en este caso a los militantes. A ese gran colectivo que todavía siente en
socialismo y considera el centro como ese lugar donde no hay “ni chicha ni limonada” que cantaba el chileno Víctor Jara.
Esa fuga no la han querido ver ¿(o tal vez sí?) esos que
ayer convirtieron el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), en Partido
Español, sin Socialistas y sin Obreros.
Pero, no hay nada peor que cegarse mirando al frente sin observar
en perspectiva. Y cuidado, que mientras están intentan coser un PSOE muerto los autores de la ruptura, puede
que algunas de sus víctimas incluso desde la lejanía, la distancia y el silencio ganen la batalla final, ¿ acaso no recuerdan cómo
entró en la historia el Cid?.