Esto
también pasará. El sol volverá a brillar, el sonido del mar será melodioso, el
teléfono sonará de nuevo, volverán los mensajes, las imágenes se iluminarán en
color; pero mientras tanto, la bombilla
está apagada.
Y
en barbecho se quedan sin vivir un puñado de sueños, faltan esperanzas y se
pierden ilusiones. Cautiva de los sentidos
y esclava de los gestos, en la frágil realidad no brillas, no sumas, olvidas
respirar, dejas de sentir, se acaban las lágrimas, los sentidos vagan perdidos y cada suspiro es un beso lanzado al azar
buscando dónde encontrar cobijo.
Pero
no hayas respuestas a las preguntas, la soledad se ríe de ti, las ilusiones se
convierten en decepciones y los sueños en desengaños.
Y
en ese preciso momento, cuando no sabes qué más dar, hay que encontrar la
energía para encender la bombilla, buscar excusas, descubrir razones. Aunque la
fuerza del viento en la oscuridad apaga casi todas las velas en la huida, porque
durante el éxodo muchas candelas se extinguen.
Solo
algunas luciérnagas destellan incansables, son las valientes, las potentes, las
reales, las sinceras, las únicas que iluminan nuevos senderos por los que escapar de la fría
cueva. Son las llamas que encienden luz y dan calor, las llaves que abren las
puertas.
Pero anidada entre sombras, cómo se domestica el
corazón, cómo se cambia la piel, cómo se pega lo roto y por qué es necesario el
dolor.