Los abrazos no
se piden, se dan.
Los besos no se
ofrecen, se regalan.
El querer no se
promete, se brinda.
El recuerdo no
se borra, se graba.
Las cosas no se
dicen, se hacen.
Pero a veces, pides,
ofreces, prometes, borras, dices y buscas. Es entonces cuando pierdes la
dignidad y, desierto de orgullo, es imposible dar, regalar, brindar…y recibir.
En ese preciso
momento, sin honor ni orgullo que defender, ambos perdidos por ruegos y
suplicas reclamadas desde la insolencia o el descontrol, te conviertes en un
ser vacío y tu presencia y tus gestos
quedan ausentes de valor. Poco importa lo ofrecido y recibido, el ayer sirve
para llenar la despensa de recuerdos pero no alimenta el presente.
Hiciste de tu presencia una rutina, no permitiste que
eligieran echarte de menos. La costumbre de dar no permite descubrir la emoción del
notarte a faltar y, tras mendigar reiteradamente con egoísmo para recibir, has envilecido tu compañía,
gestos y palabras.
Por eso, hoy
que de repente aparecen fantasmas, sin
confianza ni respeto propio poco importa que implores. Contra el vicio de pedir
está la virtud de no dar y las sensaciones, los sentimientos y las personas no
se buscan, se encuentran.