sábado, 10 de enero de 2015

AÑO ELECTORAL, AÑO HAPPY...AÑO DE MENTIRAS, AÑO DE ¿CAMBIO?


      Tras superar “las Navidades de la recuperación”, escuchar que “la crisis es cosa del pasado” y estar ya de lleno en “el año del despegue” (argumentos expresados pública y reiteradamente por el gobierno), representa una buena dosis de la verdadera realidad acercarse a las oficinas del INEM en cualquier  ciudad.

     Hay silencio, abatimiento, ira, rabia, pero sobretodo hay impotencia.  Las colas han dejado de estar pobladas por jóvenes universitarios esperando ilusionados una oportunidad y han pasado a ser protagonizadas por gente de mediana edad, con familias a su cargo, con desaliento en su rostro,  pero también con gesto de enfado y rabia.

     Personas que, superados los 40, sienten como única salida la necesidad de reciclarse laboralmente. Gente que vive entre el desasosiego por la necesidad de percibir ingresos y la ineficacia del sistema para ofrecerle vías para lograrlo. Individuos preparados, alguno de ellos incluso sobradamente preparados, que comparte espacio con jóvenes ilusionados que esperan una oportunidad para convertirse en ciudadanos “activos”, algo que a los maduros desempleados se les niega después de años de aportación al sistema.

     Las conversaciones en estas oficinas públicas (e igualmente en las empresas privadas de búsqueda de empleo) muestran el decaimiento inevitable de quien anda desesperadamente al encuentro de un trabajo. Son miles, cientos de miles de realidades. Algunos hay que se ciñen a esta búsqueda acumulando cursos para ocuparse y evitar la dosis insana de guionizar en su cabeza películas dramáticas de impotencia y desesperación, otros comparten el subsidio con trabajos por horas que no les aumentan los ingresos, pero sí les ofrece la oportunidad de, al menos unas horas, sentirse útiles.  Y los hay que van a despedirse porque han conseguido un ¡increíble! trabajo de dos horas al día, de un día a la semana o de 3 meses de prueba.
     Precisamente son éstos, algunos de los 400.000 puestos de trabajo que, según los datos de diciembre del gobierno, se han creado en el año 2014.  No importa que tras esos “contratos basura” ya no puedas recuperar la opción de percibir los 800 euros que, por media, recibe un parado en este país, al menos estarás en activo y serás “alguien productivo” para la sociedad.

     En la cola del INEM te encuentras también con centenares de ideas de “nuevos empresarios”, el emprendedor como nuevo chamán social es la alternativa que ofrecen los responsables públicos de nuestro país para silenciar su incapacidad para gestionar la creación de empleo.

     Si no te ofrecen un trabajo, búscate la vida y créatelo tú, aporta algo y se te compensará. La idea sería buena si no fuera porque la obligación de los trabajadores de la “res pública” es ofrecer vías de bienestar a la sociedad que, en teoría (solo en teoría) han de servir. (http://www.yolandadamia.blogspot.com.es/2014/10/el-emprendedor-como-nuevo-chaman-social.html

     Esta es la verdadera realidad, la desesperación. Pero además, subyacen tantos factores en la pérdida del empleo, que ocupar una mañana en las oficinas del INEM se convierte en un ejercicio solo cómodamente superable por corazones acorazados o mentes protegidas al entorno.

      Porque en el siglo XXI el trabajo es algo más que la necesidad de disponer de una tarea que ofrezca ingresos para satisfacer necesidades, desarrollar una profesión va mucho más allá de ser una conducta laboral para pasar a ser un factor social de equilibrio externo e interno.

     Con el trabajo el ser humano adquiere la posibilidad de mantener nuevas relaciones sociales, establece conductas, asumir jerarquías y/o responsabilidades e incluso, a veces, satisface la necesidad creativa personal y todo ello contribuye positivamente a explotar aspectos internos como la autoconfianza, autoestima, afán de superación, etc.

     Dicen los psicólogos que, tras una pérdida de trabajo, tras un periodo de duelo y de análisis externo de la causa de ese tropiezo en la trayectoria profesional,  el individuo tiende a interiorizar el despido como un fracaso personal. Solo tú eres responsable de tu “incapacidad” para no lograr ser útil a la sociedad ni conseguir el acceso a las necesidades que cubran un óptimo bienestar.

     Es en esos momentos cuando cunde el desasosiego y aparece la ínfima autoestima (ya no sirves para nada), el desprestigio laboral (los que trabajan en tu misma profesión son mejor que tú), el fracaso social (no puedes seguir el ritmo de tu círculo más próximo porque ellos siguen su camino y tú andas ahora desorientado), te familiarizas con la soledad social y llegan ausencias de lo que eran invulnerables amistades o de inseparables compañeros (tu entorno laboral ha desaparecido y con él los compañeros, esa gente que a diario, con mayor o menor relación, compartían tus inquietudes, tu “buenos días” o ese momento de preocupación por tal o cual problema familiar). Tras la culpa llega el temor, la pérdida de identidad y la desorientación. Es decir, llega inevitablemente el momento del desequilibrio psicológico.

     En el mundo desarrollado, la valoración positiva de la persona implica una realización total que incluye también el desarrollo creativo, profesional o laboral. El famoso “sentirse realizado” o “estar completo” requiere también de un sentimiento de utilidad que conlleva la práctica de una actividad profesional.

     Por eso, en las oficinas de desempleo hay tanta impotencia porque, a veces, sientes que no eres tú el inútil, no eres tú quien sobra, no eres tú el culpable, son ellos, son otros, aunque, la mayoría de las veces ni eso sea consuelo.

     Manejar el impacto psicológico es la principal tarea del parado que no va a poder acertar en tantas preguntas, qué hago, por dónde sigo, cómo empiezo, a quién me dirijo…

     Y, mientras tanto, el tiempo sigue corriendo, el mundo sigue rodando, el parado sigue creciendo, y de ahí tanta rabia, tanta ira, tantas ganas de cambio, tanta necesidad de cambio.

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