Tras
superar “las Navidades de la recuperación”, escuchar que “la crisis es cosa del
pasado” y estar ya de lleno en “el año del despegue” (argumentos expresados
pública y reiteradamente por el gobierno), representa una buena dosis de la
verdadera realidad acercarse a las oficinas del INEM en cualquier ciudad.
Hay
silencio, abatimiento, ira, rabia, pero sobretodo hay impotencia. Las colas han dejado de estar pobladas por jóvenes
universitarios esperando ilusionados una oportunidad y han pasado a ser
protagonizadas por gente de mediana edad, con familias a su cargo, con
desaliento en su rostro, pero también
con gesto de enfado y rabia.
Personas
que, superados los 40, sienten como única salida la necesidad de reciclarse
laboralmente. Gente que vive entre el desasosiego por la necesidad de percibir
ingresos y la ineficacia del sistema para ofrecerle vías para lograrlo. Individuos
preparados, alguno de ellos incluso sobradamente preparados, que comparte
espacio con jóvenes ilusionados que esperan una oportunidad para convertirse en
ciudadanos “activos”, algo que a los maduros desempleados se les niega después
de años de aportación al sistema.
Las
conversaciones en estas oficinas públicas (e igualmente en las empresas
privadas de búsqueda de empleo) muestran el decaimiento inevitable de quien
anda desesperadamente al encuentro de un trabajo. Son miles, cientos de miles
de realidades. Algunos hay que se ciñen a esta búsqueda acumulando cursos para
ocuparse y evitar la dosis insana de guionizar en su cabeza películas dramáticas
de impotencia y desesperación, otros comparten el subsidio con trabajos por
horas que no les aumentan los ingresos, pero sí les ofrece la oportunidad de,
al menos unas horas, sentirse útiles. Y
los hay que van a despedirse porque han conseguido un ¡increíble! trabajo de
dos horas al día, de un día a la semana o de 3 meses de prueba.
Precisamente
son éstos, algunos de los 400.000 puestos de trabajo que, según los datos de
diciembre del gobierno, se han creado en el año 2014. No importa que tras esos “contratos basura” ya
no puedas recuperar la opción de percibir los 800 euros que, por media, recibe
un parado en este país, al menos estarás en activo y serás “alguien productivo”
para la sociedad.
En
la cola del INEM te encuentras también con centenares de ideas de “nuevos
empresarios”, el emprendedor como nuevo chamán social es la alternativa que
ofrecen los responsables públicos de nuestro país para silenciar su incapacidad
para gestionar la creación de empleo.
Si
no te ofrecen un trabajo, búscate la vida y créatelo tú, aporta algo y se te
compensará. La idea sería buena si no fuera porque la obligación de los
trabajadores de la “res pública” es ofrecer vías de bienestar a la sociedad
que, en teoría (solo en teoría) han de servir. (http://www.yolandadamia.blogspot.com.es/2014/10/el-emprendedor-como-nuevo-chaman-social.html
Esta
es la verdadera realidad, la desesperación. Pero además, subyacen tantos
factores en la pérdida del empleo, que ocupar una mañana en las oficinas del
INEM se convierte en un ejercicio solo cómodamente superable por corazones
acorazados o mentes protegidas al entorno.
Porque
en el siglo XXI el trabajo es algo más que la necesidad de disponer de una
tarea que ofrezca ingresos para satisfacer necesidades, desarrollar una
profesión va mucho más allá de ser una conducta laboral para pasar a ser un
factor social de equilibrio externo e interno.
Con
el trabajo el ser humano adquiere la posibilidad de mantener nuevas relaciones
sociales, establece conductas, asumir jerarquías y/o responsabilidades e
incluso, a veces, satisface la necesidad creativa personal y todo ello contribuye
positivamente a explotar aspectos internos como la autoconfianza, autoestima,
afán de superación, etc.
Dicen
los psicólogos que, tras una pérdida de trabajo, tras un periodo de duelo y de
análisis externo de la causa de ese tropiezo en la trayectoria
profesional, el individuo tiende a
interiorizar el despido como un fracaso personal. Solo tú eres responsable de
tu “incapacidad” para no lograr ser útil a la sociedad ni conseguir el acceso a
las necesidades que cubran un óptimo bienestar.
Es
en esos momentos cuando cunde el desasosiego y aparece la ínfima autoestima (ya
no sirves para nada), el desprestigio laboral (los que trabajan en tu misma
profesión son mejor que tú), el fracaso social (no puedes seguir el ritmo de tu
círculo más próximo porque ellos siguen su camino y tú andas ahora
desorientado), te familiarizas con la soledad social y llegan ausencias de lo
que eran invulnerables amistades o de inseparables compañeros (tu entorno
laboral ha desaparecido y con él los compañeros, esa gente que a diario, con
mayor o menor relación, compartían tus inquietudes, tu “buenos días” o ese
momento de preocupación por tal o cual problema familiar). Tras la culpa llega
el temor, la pérdida de identidad y la desorientación. Es decir, llega
inevitablemente el momento del desequilibrio psicológico.
En
el mundo desarrollado, la valoración positiva de la persona implica una
realización total que incluye también el desarrollo creativo, profesional o
laboral. El famoso “sentirse realizado” o “estar completo” requiere también de
un sentimiento de utilidad que conlleva la práctica de una actividad profesional.
Por
eso, en las oficinas de desempleo hay tanta impotencia porque, a veces, sientes
que no eres tú el inútil, no eres tú quien sobra, no eres tú el culpable, son
ellos, son otros, aunque, la mayoría de las veces ni eso sea consuelo.
Manejar
el impacto psicológico es la principal tarea del parado que no va a poder
acertar en tantas preguntas, qué hago, por dónde sigo, cómo empiezo, a quién me
dirijo…
Y,
mientras tanto, el tiempo sigue corriendo, el mundo sigue rodando, el parado
sigue creciendo, y de ahí tanta rabia, tanta ira, tantas ganas de cambio, tanta
necesidad de cambio.