La vida es canalla. La certeza que te ofrece el nacimiento
es el inicio de una cuenta atrás que se cerrará el día que la parca venga a
buscarte. Mientras tanto, la travesía, larga o corta, es la única realidad
conocida.
Querer comprender las razones que ni filósofos, ni eruditos,
ni médicos, ni ser existente en la historia de la humanidad puede explicar,
resulta un sin sentido que todos aparcamos para evitar vivir en locura.
Durante la edad temprana resulta una suerte no convivir con
el final, siempre te imaginas inmune a despedidas y adioses inesperados, pero
la edad adulta te aproxima a ello. De repente, el dolor se asienta en ti porque
ya no son los amigos de los padres o los
abuelos los que se marchan, ahora son tus amigos, tu entorno el que se
desvanece. La vida no entiende de leyes
y has de aceptar que es capaz de devorar por igual a menores que a jóvenes
lozanos en edad de sumar, crecer y ser básicos para su familia, su sociedad, su entorno.
Nadie hay imprescindible, pero sí hay gente, que a determinada
edad es indispensable e insustituible. Y una madre representa todo eso. Es todo
eso. Y lo es toda la vida, pero especialmente a temprana edad.
Que la parca se empeñe en llevarse a jóvenes que apenas han
llegado a la cuarentena de edad es una canallada. Una indecencia de la maldita
enfermedad que aliada con la muerte, se
empeña en no distinguir entre personas necesarias, porque haberlas haylas. Ya
lo creo que las hay. Una madre con poco más de cuarenta años y dos niños
menores de 8 años es irremplazable y necesaria.
Decirle adiós a un ser frágil pero vitalista, entusiasta,
alegre y luchador es desgarrador. Siempre queda tanto por decir, por compartir, por reír, por llorar...por vivir.
Pero se va, se la lleva, la maldita parca nos la arrebata. Y sin embargo, la
vida quiere que el mundo siga rodando. El inexorable paso del tiempo convertirá
el llanto en risas, porque sí, el mundo seguirá girando, pero esos pequeños que
dicen adiós a su mami crecerán sin sentir su aroma en cada abrazo, sin escuchar
su voz cada mañana, sin sus risas y sus achuchones. Y cada día amanecerá lleno
de luz.
Los recuerdos no envejecerán. Las imágenes serán siempre eternas. Pero la vida será por siempre canalla, porque la
vida, a veces, es muy muy muy canalla, por mucho que nos cobijemos en ese sol
que sale cada día.
Maldita enfermedad, maldita muerte, despreciable adiós….siendo
bonita, ¡qué borde es la vida!