Algo grave pasa en una sociedad que ocupa el Día
de conmemoración del nacimiento de su Carta Magna, en la nieve o de paseo por
la costa antes que identificarse con la ley que rige su cotidianeidad. Pero
mucho más grave es el mensaje que lanza esta actitud para el sentir democrático
ya que representa un desafecto preocupante de todo un pueblo por una Constitución
creada bajo un consenso que, hoy por hoy, no solo no existe, sino que resulta
imposible imaginar ante la beligerancia permanente que se ha adueñado de la
clase política nacional, incapaz de recoger el relevo del grupo de
constituyentes que apartaron rencillas por el bien del futuro de toda una
sociedad.
Que
la Constitución fue en muchos preceptos un parche es real; pero no sería justo
quedarse en ese argumento para despreciarla y abalanzarse bajo la que parece se
ha convertido en necesidad urgente de reforma.
Porque
nuestra Carta Magna es muy mejorable y puede que incluso necesariamente
mejorable en esta coyuntura del siglo XXI, pero también es cierto que en su
ideario incluye un nivel de madurez legal y concepto de derechos fundamentales excelentes
en su concepto. El problema, como casi siempre son las diferentes lecturas que
ofrecen determinados preceptos y que solo han sido adulterados por
interpretaciones de quienes deberían ser los gestores y administradores de las
libertades pero que se han revertido en fundamentalistas de intereses
personales y reminiscencias de ideologías próximas al autoritarismo de tiempos
pasados.
Celebrar
el Día de la Constitución bajo la amenaza de reducción de derechos
fundamentales como la libertad de prensa, el derecho de manifestación o de
huelga, debería ser un acicate para que esta sociedad alzara su voz y
abandonara en la vereda esa actitud de pueblo narcotizado.
Sin
embargo, hoy nos encontramos con informaciones como las que publica en su
portada en el diario Levante-EMV y que ilustra este artículo. Y ante esta noticia
y el día que la fatalidad ha convertido en protagonista a Nelson Mandela por su
fallecimiento recuerdas una de sus frases: “No puede haber una revelación
intensa del alma de una sociedad mas que en la forma en la que trata a sus
niños”.
No,
la Constitución no es la mejor de las Leyes Fundamentales logradas, pero
tampoco es justo su desprestigio o el maltrato que recibe por parte de la nueva
clase política, indigna heredera de la potente generación que construyó la
democracia en este país.
Nos
guste o no nos guste, nuestra Carta Magna merece ser respetada e incluso muchos
juristas aluden a que es ella misma quien dispone en su redacción de la
posibilidad de avanzar en algunos argumentos que, sí, merecen y deben ser
actualizados al siglo XXI y a las demandas de la sociedad, pero por otra parte,
¿alguien se atreve a que esta generación política “meta la mano” en la
Constitución?
Yo
hoy por hoy no solo dudo, sino que estoy plenamente convencida de la
incapacidad de la actual generación política que ocupa casi en su totalidad el
actual Congreso de Diputados para consensuar una legalidad donde prevalezca el
bienestar de la sociedad.
Y
sí, yo abogo por una reforma pero que incluya muchos cambios de nuestro concepto
democrático. Aceptadas las diferencias en el espectro nacional yo apostaría por
la existencia de un estado federal, un proceso electoral con listas abiertas, un
estado no monárquico, aconfesional de hecho, etc. Sin embargo, hoy por hoy no confío en
el tijeretazo que pretenden dar a la Constitución de 1978 porque no pueden redactar
una nueva Carta Magna quienes la vulneran e interpretan a su puro antojo.
Tal vez la catarsis social que en algunas conciencias
comienza a provocar la socorrida crisis que, disfrazada de económica está
denigrando derechos humanos fundamentales, origine la aparición de personajes
capaces de ganarse la confianza para la reforma constitucional; pero esta
histórica tarea no puede recaer en compañeros de viaje como el personaje que
protagoniza hoy actitudes como la denunciada en el periódico Levante-EMV.