Aquí está. Ya llegó. La época que uno de esos martilleantes
anuncios publicitarios navideños define como la más dulce del año. Desde luego,
acertado es el eslogan. Nadie puede negar que vivimos los días más empalagosos
de los doce meses del año. Tal vez por eso, a los que somos poco golosos, el
atracón de azúcar que envuelve el ambiente nos provoca una indigestión difícil
de soportar.
Así son las fiestas navideñas. Jornadas en las que te
empachas de digerir mensajes repletos de palabras melindrosas, rimas superfluas
y exultantes deseos de remitentes que no identificas en tu agenda.
Sin rubor, el teléfono se llena de gifs, videos e imágenes que intentan por igual extraerte una sonrisa como emocionarte. Y todo ello dirigido a ti, pero no en exclusiva, de eso nada, tú recibirás el mismo mensaje que el resto de decenas que, él o la, emisora del mismo, te envía a ti y a las decenas de números de contactos que tiene en el listado de su móvil.
Sin rubor, el teléfono se llena de gifs, videos e imágenes que intentan por igual extraerte una sonrisa como emocionarte. Y todo ello dirigido a ti, pero no en exclusiva, de eso nada, tú recibirás el mismo mensaje que el resto de decenas que, él o la, emisora del mismo, te envía a ti y a las decenas de números de contactos que tiene en el listado de su móvil.
Personas de las que,
con un poco de suerte, volverás a saber de ellas exactamente dentro de 365
días. Pero, ¡qué más da!, ellas lo hacen sin sonrojo, convencidas que vas a reaccionar
alegremente con sus melindrosas imágenes, esos paisajes llenos de candor y los versos poéticos tan ausentes de sinceridad como de naturalidad.
Sin embargo, resistirte a unirse a este grupo de gente te
convertirá en la intransigente, la del
rictus cariacontecido, la aguafiestas. Simplemente por no querer participar de
la hipocresía que invade el entorno, o solo porque eres incapaz de disimular el
dolor por las ausencias de los que ya no están, de los que están lejos, o de
aquellos que jamás estarán porque quizás, nunca han existido ni existirán.
El mercantilismo de nuestra sociedad lleva semanas empeñado
en inundar de nostalgia y añoranza el ambiente, pero, si caes en la tentación de
sentir alguna de estas emociones, has de pagar el peaje de ser señalada como pesimista,
ceñuda o cascarrabias. Estás obligada a disfrazar de sonrisa tu rostro. Parece
prohibido que nos duela invocar aquellos días de infancia donde creíamos en los
Reyes Magos y en aquel mundo donde no había problemas ni preocupaciones, donde todo
eran planes, donde el pasado no tenía ruidos y el futuro era un camino por crear.
Si avivar la llama de los recuerdos del pasado vivido es el
argumento principal que utilizan para obligarnos a gozar de la navidad, por qué
somos señalados con desdén aquellos a los que evocar nos llena de nostalgia y
hace que nos duela el alma durante estas jornadas ¿festivas?
Otro contrasentido de unas celebraciones que, con el paso
inexorable de los años, aprendes que existen únicamente para el gozo de los más
pequeños. Son ellos los que consiguen que tu sonrisa sea real, que el brillo transparente
de sus ojos ilumine tu rostro y que su sincero abrazo sea el que calme el dolor
de las heridas.
Con la ilusión de los pequeños miembros de la familia revoleteando
a tu alrededor, disfrazar tus emociones es más sencillo. Su ilusión dispone de la
singularidad de ser inmaculada, su inocencia está ausente de engaños, sus
sueños son la imagen de un mundo que descubrir. El tuyo puede que sea mejor que el
de hace 12 meses…o peor, pero poco importa hoy y mañana.
Tus anhelos, tu
quimera y tus deseos tal vez tengan otra perspectiva, aunque no es ahora el
momento de analizar, ni reflexionar, porque, a veces, entre tanto mensaje
superfluo, tantas frases triviales e imágenes frívolas, suena el teléfono y
escuchas una voz o recibes un mensaje de algunas de esas personas que hoy te
quieren decir que están ahí, que te tienen en el mismo rincón del corazón donde
tú las anidas. No te recuerdan en Navidad sino que están aquí también en Navidad, igual que estaban e
hicieron ayer, la pasada semana o hace un mes.
A ellos que nos soportan cada día, tal vez son a los que
más ignoras esta semana navideña. A ellos, que son los que te buscan cuando te
escondes, los que te siguen si te marchas, los que espantan tus fantasmas, te
bajan la luna, te encuentran si te pierdes, te envuelven en abrazos mientras
tiemblas o calman tus miedos con una simple caricia o palabra, no diriges
mensajes en cadena en navidad, quizás porque tenemos la mala costumbre de no hablar
con el corazón y nos resulta más cómodo agazaparnos tras la pose que verbalizar
los verdaderos sentimientos.
Así es nuestro mundo, de este modo se escribe año tras año
la hipocresía de los últimos días de diciembre. Posiblemente no cambiemos su
concepción nunca, pero la utopía de
imaginar unas celebraciones de cierre de año sin farsas, sin imposturas ni
mezquindad es la utopía con la que los “raros” vivimos esta época que tanto nos
desequilibra.