Me considero no sólo una persona privilegiada por desempeñar la profesión que siempre quise desarrollar sino también por poder compaginar las obligaciones derivadas de mi oficio con lo que es una de mis grandes aficiones: el fútbol. Podría hablar de muchos deportes pero, no nos engañemos, la vida profesional casi queda circundada a la actualidad del balompié. Es el ocio en mayúsculas del siglo XXI, además del negocio más prolífero e incluso del endeudamiento más hiriente junto al de las instituciones públicas que mantienen en jaque la sociedad del bienestar.
Todo eso y mucho más es ese deporte que se expandió desde Inglaterra a todos los rincones del universo futbolístico que configura hoy la totalidad del planeta, incluidos los recónditos países donde la pobreza es escandalosamente vergonzosa en pleno siglo XXI.
Sin embargo, tanta ambición está envileciendo el fútbol. La saturación de partidos y su heterogeneidad en establecer horarios, unificar calendarios, etc.etc. están acabando no sólo con los espectadores en los campos de fútbol sino también con el hastío del aficionado. Hoy ya no es sólo la “parienta” la que “reniega” de tantos partiditos por tv, en pasajes como el mes de octubre y noviembre en España incluso el más fiel seguidor futbolero comienza a verse en la necesidad de elegir y de excluir partidos que antes hubieran supuesto índices de audiencia inefables o presencia en los estadios masivas.
Semanas como la pasada o como esta misma en la que todos los días hay opción de presenciar un partido de fútbol acaban por hastiar. El daño se extiende al fútbol amateur que, no sólo parece condenado a la desaparición, sino que carece totalmente de repercusión mediática. Ya ni la segunda división parece importante, sólo manda la élite, pero también lo mejor puede llegar a producir empacho. Y yo, personalmente, es así como me encuentro.
Me gusta el fútbol, para mí, es arte una jugada de Messi, una galopada de Cristiano Ronaldo, una estirada de Casillas, un pase de Xavi o Iniesta; pero tengo miedo. El ocio es perfecto y necesario pero aglutinar bajo un mismo factor tantas horas no laborables pero hoy tanto fútbol resulta perjudicial no sólo para la buena relación familiar sino también para la salud mental del aficionado. Hasta los carruseles radiofónicos pierden su encanto, ya no son 5-6 partidos los de máximo interés que confluyen en un mismo horario, ahora es uno tras otro, son más horas de radio y televisión pero menos hora de vibrar. El aficionado de un equipo sabe que éste juega a una hora pues bien, se interesa por ese partido, como mucho por el de su rival directo y luego adiós muy buenas.
Desde luego, en coyunturas de penuria querer recoger ingresos de cualquier fuente es casi necesario pero la liviana línea entre la saturación y la apatía quedan demasiado cercanas.
Por eso, sé que mi voz es un desierto, que existen miles de argumentos económicos que tumban cualquier reflexión que quiera exponer pero a veces el refranero español nos ilustra de forma agigantada y por eso cabría estudiar si no es mejor homogeneizar eventos futbolísticos, coincidir horarios, establecer calendarios que no saturen semanalmente al aficionado…porque, muchas veces, “lo bueno si breve dos veces bueno” y “lo bueno también cansa”.
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