El sol en lo alto, la luz radiante, no suena el despertador, el
viento suena despacio, el rumor del mar te acaricia con su incesante vaivén y
entonces, justo en ese momento, imaginas que esa es la paz para la que fue creado
el ser humano (creado o evolucionado, creencias al margen). Ese es el estado natural del hombre/mujer.
El dinero, el estrés, la sociedad e incluso la evolución (pocas
veces natural y muy mucho social) han envilecido la vida, el gozo a existir, el
placer de disfrutar, la razón para vivir.
Para qué tanto poseer, para qué tanto padecer, para qué
tantas prisas, tantas necesidades, tantos miedos, tantos principios, tantos por
qués…
Y sin embargo, vivir resulta tan difícil que es necesario
relativizar, elegir, escoger, correr, sentir, sufrir, mentir, engañar e incluso
querer o amar a veces se convierte en obligación, necesidad, costumbre…
Son tantos los deberes, que se nos olvida que solo
lograríamos ser felices el tiempo que transitamos por este sendero si fuéramos
capaces de ser leales con nuestras emociones, nuestras necesidades, nuestros
instintos, nuestros sentidos… Porque el hombre no es un animal social, en realidad
solo es un ser humano, pensador, racional al que se le olvidó fabricar ternura, decir te quiero, mirar la luna, vivir la naturaleza y asentarse en ese rincón donde inevitablemente siempre se es feliz.