viernes, 18 de julio de 2014

VISITAR EL PASADO


    No es fácil visitar el pasado. Por mucho que se empeñen los amantes de la historia de recrear en sus estudios lo sucedido y no vivido, no resulta fácil imaginar emociones, soñar sentimientos, sentir vivencias.
     Sin embargo, hay lugares que te transportan para invadirte…y herirte. Sientes un extraño aroma, se instala en ti una extraña melancolía, te empapa una emoción turbadora difícilmente descriptible. Esa amalgama de sensaciones te envuelve si visitas la casa de Amsterdam donde Ana Frank permaneció escondida del mundo junto a su familia durante dos años.
     El recorrido por la famosa “casa de atrás” te traslada a uno de los momentos más crueles de la historia reciente con el crujido de la escalera de madera a cada paso, las imágenes tenebrosas en espacios reducidos sin apenas luz, el frio de unas paredes vacías pero  llenas de dolor, todo el paseo por lo que fue un hogar clandestino te encoje el alma, hiela la sangre y estremece las entrañas, pero aun así, resulta casi imposible sentir un ápice del miedo o el dolor que padecieron cientos de miles de personas.
     Todo gira entorno a Ana convertida en símbolo de una época por su pericia con la escritura, pero visitando “La Casa de Atrás” se agolpan preguntas hirientes imaginando  cómo sufrirían otras muchas niñas que tal vez, también dejaron en un trozo de papel plasmadas sus emociones, pero que no dispusieron de un escondite donde protegerse, un catre donde dormir o un fuego donde calentar si quiera unas pocas patatas hervidas o sus cortezas.
     Por desgracia fueron muchísimas, demasiadas, las víctimas de un ideario político e ideológico que reinó tan próximo a nosotros hace tan poquísimo tiempo. Largometrajes, documentales, estudios, ensayos, libros, son cientos los soportes que han intentado describir para mostrar “algo” de lo vivido por algunos de nuestros antepasados, abuelos, bisabuelos, personas como nosotros tratadas como animales por personas como nosotros comportándose como irracionales seres.
     Ana Frank sufrió y murió condenada por su calidad de niña judía y alemana de nacimiento, pero fueron muchos otros los condenados no por su religión pero sí por su ideología. Algunos de ellos españoles, asesinados o mutilados por haber defendido en España un gobierno legítimo unos años antes. Esa fue la razón que mereció para el movimiento nazi su muerte. Le pasó al padre de Adela y a punto estuvo de costarle la vida a su posteriormente esposo Aurelio.
     Fue precisamente durante el paseo por la casa los Frank donde conocí la historia de Adela, que perfectamente, podría simbolizar la de cientos de paisanos que, tras la crueldad de vivir una contienda civil, sobrevivir a ella y viajar (o mejor dicho) huir, a tierras francesas, vieron su vida sesgada por la conquista nazi del territorio vecino.
     Fue una noche cerrada, el lugar una pequeña aldea de un lugar cercano a Burdeos, Fumel, perteneciente al departamento de Lot y Gaona en la región de Aquitania, los soldados alemanes invadieron poco antes el país francés, Adela y su hermana Amparo habían recalado en la mencionada comuna francesa junto a sus padres. Una redada nazi acabó con la presencia en la casa donde habitaba el grupo de españoles,  los soldados decidieron llevarse consigo al padre Patricio y a Aurelio, el entonces pretendiente de Adela, bajo la condena de disponer de un pasado republicano y realizar de éste una directa defensa en España.
Adela y Aurelio
     La madre de Adela, una de esas mujeres enormes en capacidad de lucha y sacrificio, erudita, inteligente y familiar que proliferaron en los años 30 del pasado siglo en España, logró liberar al joven pero jamás volvió a poder abrazar a su esposo Patricio.
     Poco después volverían a España, imaginándose viuda, huérfanas de un padre del que solo pasados casi 70 años desde aquella noche volverían a saber.
     Fue la Comunidad Europea la que después de décadas de silencio, notificó a Adela  y Amparo que su padre fue llevado poco después del fatídico día de su desaparición al campo de concentración de Dajau donde queda constancia de su fallecimiento un día de agosto, cinco meses después de una sigilosa entrada nunca antes por ellas conocida.
     Patricio no era judío, no era alemán pero también fue víctima de un genocidio que, imposible de asimilar en muchas mentalidades, resulta extremadamente doloroso de imaginar solo conociendo pinceladas como el tenebroso paseo que ofrece la, no obstante, casi imprescindible visita en Amsterdam “Casa de Atrás”.

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