No
es fácil visitar el pasado. Por mucho que se empeñen los amantes de la historia
de recrear en sus estudios lo sucedido y no vivido, no resulta fácil imaginar
emociones, soñar sentimientos, sentir vivencias.
Sin
embargo, hay lugares que te transportan para invadirte…y herirte. Sientes un
extraño aroma, se instala en ti una extraña melancolía, te empapa una emoción
turbadora difícilmente descriptible. Esa amalgama de sensaciones te envuelve si
visitas la casa de Amsterdam donde Ana Frank permaneció escondida del mundo
junto a su familia durante dos años.
El
recorrido por la famosa “casa de atrás” te traslada a uno de los momentos más crueles
de la historia reciente con el crujido de la escalera de madera a cada paso,
las imágenes tenebrosas en espacios reducidos sin apenas luz, el frio de unas
paredes vacías pero llenas de dolor, todo
el paseo por lo que fue un hogar clandestino te encoje el alma, hiela la sangre
y estremece las entrañas, pero aun así, resulta casi imposible sentir un ápice
del miedo o el dolor que padecieron cientos de miles de personas.
Todo
gira entorno a Ana convertida en símbolo de una época por su pericia con la
escritura, pero visitando “La Casa de Atrás” se agolpan preguntas hirientes
imaginando cómo sufrirían otras muchas
niñas que tal vez, también dejaron en un trozo de papel plasmadas sus
emociones, pero que no dispusieron de un escondite donde protegerse, un catre
donde dormir o un fuego donde calentar si quiera unas pocas patatas hervidas o
sus cortezas.
Por
desgracia fueron muchísimas, demasiadas, las víctimas de un ideario político e
ideológico que reinó tan próximo a nosotros hace tan poquísimo tiempo.
Largometrajes, documentales, estudios, ensayos, libros, son cientos los
soportes que han intentado describir para mostrar “algo” de lo vivido por
algunos de nuestros antepasados, abuelos, bisabuelos, personas como nosotros
tratadas como animales por personas como nosotros comportándose como
irracionales seres.
Ana
Frank sufrió y murió condenada por su calidad de niña judía y alemana de
nacimiento, pero fueron muchos otros los condenados no por su religión pero sí
por su ideología. Algunos de ellos españoles, asesinados o mutilados por haber
defendido en España un gobierno legítimo unos años antes. Esa fue la razón que
mereció para el movimiento nazi su muerte. Le pasó al padre de Adela y a punto
estuvo de costarle la vida a su posteriormente esposo Aurelio.
Fue
precisamente durante el paseo por la casa los Frank donde conocí la historia de
Adela, que perfectamente, podría simbolizar la de cientos de paisanos que, tras
la crueldad de vivir una contienda civil, sobrevivir a ella y viajar (o mejor
dicho) huir, a tierras francesas, vieron su vida sesgada por la conquista nazi
del territorio vecino.
Fue
una noche cerrada, el lugar una pequeña aldea de un lugar cercano a Burdeos,
Fumel, perteneciente al departamento de Lot y Gaona en la región de Aquitania,
los soldados alemanes invadieron poco antes el país francés, Adela y su hermana
Amparo habían recalado en la mencionada comuna francesa junto a sus padres. Una
redada nazi acabó con la presencia en la casa donde habitaba el grupo de
españoles, los soldados decidieron
llevarse consigo al padre Patricio y a Aurelio, el entonces pretendiente de
Adela, bajo la condena de disponer de un pasado republicano y realizar de éste
una directa defensa en España.
Adela y Aurelio |
La
madre de Adela, una de esas mujeres enormes en capacidad de lucha y sacrificio,
erudita, inteligente y familiar que proliferaron en los años 30 del pasado
siglo en España, logró liberar al joven pero jamás volvió a poder abrazar a su
esposo Patricio.
Poco
después volverían a España, imaginándose viuda, huérfanas de un padre del que
solo pasados casi 70 años desde aquella noche volverían a saber.
Fue
la Comunidad Europea la que después de décadas de silencio, notificó a
Adela y Amparo que su padre fue llevado
poco después del fatídico día de su desaparición al campo de concentración de
Dajau donde queda constancia de su fallecimiento un día de agosto, cinco meses
después de una sigilosa entrada nunca antes por ellas conocida.
Patricio
no era judío, no era alemán pero también fue víctima de un genocidio que,
imposible de asimilar en muchas mentalidades, resulta extremadamente doloroso
de imaginar solo conociendo pinceladas como el tenebroso paseo que ofrece la,
no obstante, casi imprescindible visita en Amsterdam “Casa de Atrás”.