Dice la canción de Joaquín Sabina que “al lugar donde has
sido feliz no debieras tratar de volver”. Constantemente he sentido esta frase desde el
temor de creer que pudiera ser realidad la afirmación, porque siempre hay un rincón donde es inevitable
viajar en busca de paz. Todos tenemos una guarida en forma de ciudad, calle,
paseo o paisaje. En la canción de Sabina ese recoveco era Macando, sí Macando,
uno de los inexistentes lugares que la literatura ha convertido en refugio
soñado y eterno.
Nostalgia de Macando, de vivir un 23 de abril y de una
ciudad donde siempre ser feliz este día:
Barcelona.
Todo aquel que ha
paseado alguna vez bajo el sol de un 23 de abril por la Ciudad Condal no puede evocar esta jornada sin recordar el
aroma de las rosas, anhelar el bullicio de la gente y soñar con callejear para ver
libros y libros aquí y allí. “Llibres per tot arreu”.
La fiesta de la literatura, ese arte que utiliza como
instrumento la palabra, es una de las celebraciones más simbólicas y
entrañables que ha creado el hombre, y todo ello a pesar del consumismo que la envuelve,
los intereses que la intentan envilecer y su utilización interesada por algunos
deshonestos personajes.
Sin embargo, hay detalles que pellizcan el corazón y
reunidos en pedazos diseñan la vida, porque como decía el gran Gabriel García
Márquez “la vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la
recuerda para contarla”.
Y yo hoy recuerdo los momentos solo soñados pero fuertemente
vividos en emoción desde el vuelo de la imaginación que la lectura convierte en
realidad. Añoro esos paisajes que jamás he pisado pero he visto con el alma
encogida por unas letras, he vivido romances que no experimentaré en absoluto,
he llorado con adioses que nunca serán eternos y he sonreído con ironías que
destruyen los más pesimistas presagios...
Todos esos trazos de vidas no vividas conforman esa vida que
recuerdo y que hoy me llevan a envolver de simbolismo este 23 de abril de 2014,
todavía conmocionada por la marcha de Gabriel García Márquez, pero consciente, no obstante, que este adiós lo
convierte en eterno.
Son tantas las crónicas, elegías, comentarios y excelentes
retratos de uno de los más grandes autores de la historia literaria universal
leídos y escuchados estos días, que me resulta sonrojante mentar su nombre y
dedicar unas palabras a quien descubrí con 12 años y ha dibujado en mí esa vida
literaria personal que todos creamos con la lectura de éste o aquel libro en
aquel o cúal momento en “esa vida que recuerdo”.
Y esa vida me ubica en el Mediterráneo y en Barcelona un 23
de abril, envuelta del aroma de la flor común más simbólica, rodeada de libros y
con un ejemplar entre las manos que nos lleva a ser feliz a “la ciudad de los
espejos que sería arrasada por el viento y desterrada de la memoria de los
hombres en el instante en que Aureliano Babilonia acabara de descifrar los
pergaminos, y que todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para
siempre, porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una
segunda oportunidad sobre la tierra”.
Imaginando que aquí Gabo erró, porque hay personajes inmortales
y lugares envueltos de emociones eternas…