Hay
temas que saturan la actualidad. Ofrecen tantas opiniones y generan tantos
comentarios que resulta ridículo escribir más sobre él; sin embargo, por el
peso de la noticia a veces la vena periodística (o simplemente la necesidad de
volcar el sentimiento) te lleva de forma desaforada a sentarte ante el
ordenador para aporrear, más que teclear el ordenador.
A
esta hora del sábado, poco después de las 10 de la mañana de lo que se dice “un
día histórico para la monarquía española”, ése es mi caso.
Llevo
semanas defendiendo en mi entorno que la imputación de la infanta Cristina es
la mejor noticia que puede recibir un gobierno que, durante este periodo, ha
visto cómo las portadas de los medios no retrataban el escándalo corrupto que
envuelve diariamente al partido del gobierno o algunas otras informaciones que
serían motivo casi de motín en cualquier país que en cualquier parte del mundo.
Aquí no. Aquí andamos pendientes del viento en el Cantábrico y la Infanta. Cómo
se frota las manos el gobierno central y muchos autonómicos, cuyos escándalos
no tienen cabida en los medios por falta
de espacio.
Ni
dispongo de los argumentos adecuados, ni barajo las informaciones que seguro
las decenas de especialistas en el tema están ofreciéndonos estos días; pero cuando
en muchas tertulias comienza a sonar con alguna tibieza pero ya sin complejos
la palabra república, reconozco, después de leer el enorme artículo de hoy
mismo en el periódico EL PAÍS ( http://blogs.elpais.com/micropolitica/2014/02/en-coche-la-primera-declaracion-de-la-infanta.html ) que
pienso bastante en ello y en la fuerza
del simbolismo.
Durante
años para mí República significaba dolor. El dolor de mi abuelo que cada 14 de
abril procedía al ritual de fumarse un puro, (de esos Farias especiales)
mientras evocaba un tiempo pasado y nos intentaba convencer de las excelencias
de aquello que él vivió. A mí me costó entender esta “tradición”, sinceramente
no comprendía la celebración de una fecha que le desgarraba todavía el corazón,
por mucho que me intentará hacer comprender que era el día “que había ganado el
pueblo”.
Por defender ese sistema él había pagado
durante años y había visto arrebatar en plena juventud no solo su vida sino la
de familiares muy directos. Con el tiempo entendí cuan de desgarrador tuvo que
ser su dolor, no inferior al de cientos de miles de personas en este mismo
país.
Tras
muchas lecturas, la madurez de la edad y años de estudio, llegas a conclusiones
personales que te hacen creer que tal vez, aquel 14 de abril de 1931 en que se
proclamaba la II Republica en España no fue tan bueno.
Fue
un tiempo demasiado convulso y tal vez, el ansia de poder y la ausencia de
diálogo propiciaron el golpe que supondría condenar con una dictadura de cuatro
décadas a generaciones futuras.
Sin
embargo, un factor es altamente elogiable, el pueblo, cansado precisamente de
privilegios a los que hoy se ha agarrado la infanta para demostrarnos a todos
que ella no es como todos y que (según el art.de El País) está por encima de la
sociedad actual, consiguió ser gobernado por sus iguales y enviar al bisabuelo
de la hoy imputada Cristina a buscar cobijo en otros lares.
Ese
fue el gran triunfo de la gente, que como mi abuelo, luchó por aquel sistema.
Hoy, 2-3 generaciones posteriores de repente comenzamos a creer que, sí, tal
vez fue un gran día para el pueblo aquel 14 de abril.
Puede
que esa fuera la razón por la que mi abuelo con la muerte del dictador y la
llegada de la democracia se sintiera traicionado. Murió en los años 90 todavía
sin entender por qué reinaba en este, su país, un Borbón. Siempre repetía “si
logramos tirar a su abuelo, qué hace este Juan Carlos ahora aquí”. A él nunca
le convenció el punto y aparte que se pretendió dar en España con la
instauración como sistema político de una monarquía democrática para salir del
oscurantismo de años de dictadura.
Yo
reconozco que durante mucho tiempo y, tras el 23-F y todo aquel envoltorio heroico
del Rey que durante años envolvió la realidad del golpe de estado frustrado, fui
juancarlista.
También,
puestos a confesar, declararé que también he sido un poco “cristinista”. Sí, a
mí me gustaba ese aire de infanta rebelde que deja el palacio de Madrid para ir
a vivir a un piso a Barcelona, que parecía hacer (qué engañados vivimos en la
adolescencia) “vida normal” (eso sí de niña-bien), que se casaba con una
estrella del deporte y que encima tenía niños rubios y guapos.
Hoy
en solo un gesto, o mejor, en solo el estudio de un gesto (y reitero mi
recomendación a la lectura de este artículo…) se me han desmoronado los
principios que llevan meses tambaleándose en mi pensamiento.
Conocer el dato que la infanta además no ha
hecho ni intención de pasar por el arco de seguridad de los Juzgados, me ha
acabado de llevar a estar aquí escribiendo e imaginando ¿por qué no una
República en España?.
El
sistema implantado en la transición se ha comprobado que no funciona. La
corrupción ha condenado nuestra democracia y es preciso un cambio mucho más
profundo que alternar el partido político del gobierno.
La cuestión es la de siempre en estos últimos tiempos, ¿hasta qué punto esta
sociedad está preparada para el cambio?.
El
fantasma de la dictadura sigue vivo porque la tarea de Franco de adormilar al
pueblo sigue latente y casi 4 décadas después de su desaparición, el miedo, el “meninfotismo”
o la apatía mantiene casi errática a una sociedad que solo en muy escasas
ocasiones es capaz de alzar la voz.
Pero
ha llegado el momento de decir basta. Y puestos a ello, por qué no un cambio
radical. Tal vez así la infanta, imputada hoy por blanqueo de capitales y
delito fiscal, aceptaría su condición de ciudadana y pisaría nuestro mismo
suelo, a nuestra misma altura y desde nuestra misma posición.
Por
cierto abuelo, ¡Viva el 14 de abril!