sábado, 8 de febrero de 2014

¿EL MOMENTO DEL CAMBIO?


     Hay temas que saturan la actualidad. Ofrecen tantas opiniones y generan tantos comentarios que resulta ridículo escribir más sobre él; sin embargo, por el peso de la noticia a veces la vena periodística (o simplemente la necesidad de volcar el sentimiento) te lleva de forma desaforada a sentarte ante el ordenador para aporrear, más que teclear el ordenador.
     A esta hora del sábado, poco después de las 10 de la mañana de lo que se dice “un día histórico para la monarquía española”, ése es mi caso.
     Llevo semanas defendiendo en mi entorno que la imputación de la infanta Cristina es la mejor noticia que puede recibir un gobierno que, durante este periodo, ha visto cómo las portadas de los medios no retrataban el escándalo corrupto que envuelve diariamente al partido del gobierno o algunas otras informaciones que serían motivo casi de motín en cualquier país que en cualquier parte del mundo. Aquí no. Aquí andamos pendientes del viento en el Cantábrico y la Infanta. Cómo se frota las manos el gobierno central y muchos autonómicos, cuyos escándalos no tienen cabida en los  medios por falta de espacio.
     Ni dispongo de los argumentos adecuados, ni barajo las informaciones que seguro las decenas de especialistas en el tema están ofreciéndonos estos días; pero cuando en muchas tertulias comienza a sonar con alguna tibieza pero ya sin complejos la palabra república, reconozco, después de leer el enorme artículo de hoy mismo en el periódico EL PAÍS ( http://blogs.elpais.com/micropolitica/2014/02/en-coche-la-primera-declaracion-de-la-infanta.html ) que pienso bastante en ello y  en la fuerza del simbolismo.

     Durante años para mí República significaba dolor. El dolor de mi abuelo que cada 14 de abril procedía al ritual de fumarse un puro, (de esos Farias especiales) mientras evocaba un tiempo pasado y nos intentaba convencer de las excelencias de aquello que él vivió. A mí me costó entender esta “tradición”, sinceramente no comprendía la celebración de una fecha que le desgarraba todavía el corazón, por mucho que me intentará hacer comprender que era el día “que había ganado el pueblo”.
      Por defender ese sistema él había pagado durante años y había visto arrebatar en plena juventud no solo su vida sino la de familiares muy directos. Con el tiempo entendí cuan de desgarrador tuvo que ser su dolor, no inferior al de cientos de miles de personas en este mismo país.

     Tras muchas lecturas, la madurez de la edad y años de estudio, llegas a conclusiones personales que te hacen creer que tal vez, aquel 14 de abril de 1931 en que se proclamaba la II Republica en España no fue tan bueno. 
      Fue un tiempo demasiado convulso y tal vez, el ansia de poder y la ausencia de diálogo propiciaron el golpe que supondría condenar con una dictadura de cuatro décadas a generaciones futuras.

     Sin embargo, un factor es altamente elogiable, el pueblo, cansado precisamente de privilegios a los que hoy se ha agarrado la infanta para demostrarnos a todos que ella no es como todos y que (según el art.de El País) está por encima de la sociedad actual, consiguió ser gobernado por sus iguales y enviar al bisabuelo de la hoy imputada Cristina a buscar cobijo en otros lares.
      Ese fue el gran triunfo de la gente, que como mi abuelo, luchó por aquel sistema. Hoy, 2-3 generaciones posteriores de repente comenzamos a creer que, sí, tal vez fue un gran día para el pueblo aquel 14 de abril.

     Puede que esa fuera la razón por la que mi abuelo con la muerte del dictador y la llegada de la democracia se sintiera traicionado. Murió en los años 90 todavía sin entender por qué reinaba en este, su país, un Borbón. Siempre repetía “si logramos tirar a su abuelo, qué hace este Juan Carlos ahora aquí”. A él nunca le convenció el punto y aparte que se pretendió dar en España con la instauración como sistema político de una monarquía democrática para salir del oscurantismo de años de dictadura.
      Yo reconozco que durante mucho tiempo y, tras el 23-F y todo aquel envoltorio heroico del Rey que durante años envolvió la realidad del golpe de estado frustrado, fui juancarlista.

     También, puestos a confesar, declararé que también he sido un poco “cristinista”. Sí, a mí me gustaba ese aire de infanta rebelde que deja el palacio de Madrid para ir a vivir a un piso a Barcelona, que parecía hacer (qué engañados vivimos en la adolescencia) “vida normal” (eso sí de niña-bien), que se casaba con una estrella del deporte y que encima tenía niños rubios y guapos.
      Hoy en solo un gesto, o mejor, en solo el estudio de un gesto (y reitero mi recomendación a la lectura de este artículo…) se me han desmoronado los principios que llevan meses tambaleándose en mi pensamiento.
      Conocer el dato que la infanta además no ha hecho ni intención de pasar por el arco de seguridad de los Juzgados, me ha acabado de llevar a estar aquí escribiendo e imaginando ¿por qué no una República en España?.
      El sistema implantado en la transición se ha comprobado que no funciona. La corrupción ha condenado nuestra democracia y es preciso un cambio mucho más profundo que alternar el partido político del gobierno.
     La cuestión es la de siempre en estos últimos tiempos, ¿hasta qué punto esta sociedad está preparada para el cambio?.
      El fantasma de la dictadura sigue vivo porque la tarea de Franco de adormilar al pueblo sigue latente y casi 4 décadas después de su desaparición, el miedo, el “meninfotismo” o la apatía mantiene casi errática a una sociedad que solo en muy escasas ocasiones es capaz de alzar la voz.
    Pero ha llegado el momento de decir basta. Y puestos a ello, por qué no un cambio radical. Tal vez así la infanta, imputada hoy por blanqueo de capitales y delito fiscal, aceptaría su condición de ciudadana y pisaría nuestro mismo suelo, a nuestra misma altura y desde nuestra misma posición.
       Por cierto abuelo, ¡Viva el 14 de abril!

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