Para
todos aquellos a los que nos resulta casi imprescindible vivir sin el aroma y
la brisa salada del mar, interiorizar las emociones que detalla Endika Urtaran
en el libro “Huida al Tíbet” supone adentrarte en una aventura única y muy
recomendable.
Comencé
la lectura del libro ganador del Premio Desnivel de Literatura 2011 hace unos
meses. Era aquella una época en la que andaba cobijada en un cómodo entorno
donde las emociones fluían sin dificultad, es cierto que los días pasaban igual
que ahora, pero la losa de su inexorable paso marcaba huellas, pero no dejaba
las heridas que lleva hoy cada amanecer.
Asumir
la lectura de un libro de aventura en la montaña desde la perspectiva de una
amante del mar resulta complicado. Sin embargo, inmiscuirte en la lectura hace
que mientras avanzas con cada página y la montaña pasa a ser un escenario de
vida, te reencuentres con valores puros de supervivencia, solidaridad, amistad,
amor…
Son
principios que ahora, ya en presente, has erigido fundamentales por su ausencia en este entorno
que, ha dejado de ser una plácida laguna
para convertirse en un permanente maremoto que enlaza ciclogénesis tras
ciclogénesis (ese vocablo tan de moda el último mes).
Aquel
significativo párrafo del libro donde Endika escribre que “en la sociedad actual está todo demasiado
controlado, desnaturalizado. Vivimos bajo el cielo del aire acondicionado,
recolectamos en el supermercado y cazamos animales hormonados y envasados. Las
personas no estamos diseñadas para eso y la montaña es el único refugio que nos
queda para vivir la auténtica vida, la apasionante, la de la naturaleza
indómita y los peligros desconocidos”, está impregnado de certeza.
Sin
embargo hoy, ese párrafo, que hace unos meses personificaba la necesidad de
vivir desde la verdad en contacto solo con la naturaleza, ha trasladado su
vigencia a esta sociedad, la de aquí, la occidental, la nuestra, donde cada
momento de supervivencia también se ha convertido en una aventura y donde los peligros
casi diarios son desconocidos.
Sucede
con cada desahucio, cada pérdida de trabajo, cada paciente no atendido, cada
recorte... Nuestros gobernantes han conseguido que la vida de la sociedad del
siglo XXI sea apasionante sin necesidad de marchar al Tíbet a vivir con una
indómita naturaleza.
No
es una obra fácil, es una historia
desgarradora por su poder identificativo con esta determinada coyuntura, la de
una crisis que está metabolizando mentalidades, alterando principios e incluso
quebrando ideologías, un mundo donde las virtudes y frustraciones percibidas
son desgraciadamente demasiado fáciles de reconocer. Mucho más para un miembro
de la sociedad valenciana.
Confieso
que dudé mucho antes de iniciar su lectura, simplemente por motivos
emocionales. Fueron muchas las voces que definían “En la Orilla” como un relato
pesimista y sí, es así, pero no es una fantasía la sociedad reflejada. No hay
aventuras inverosímiles, el pesimismo del libro es el espejo del sentimiento
diario de la población que habita la orilla mediterránea del Golfo de Valencia.
El
espíritu identificativo de muchos de los personajes y situaciones del libro con
miles de los miembros de esta sociedad valenciana lo reflexiona magistralmente
un excelente escritor y entrañable compañero, Gonzalo Naya, en su artículo “Descompre(n) sión” en su blog Caminando sin red
Porque
como escribe Rafael Chirbes ““Uno tiende a pensar que la verdad de las
personas aparece en los momentos decisivos, en el filo, cuando se bordean los
límites. El momento de héroes y santos. Y, mira por dónde, en esos momentos el
comportamiento humano no suele resultar ni ejemplar ni estimulante”
Es
en esos momentos (los hoy por desgracia reales), cuando parece que no queda nada por qué luchar, pero es entonces cuando,
intentas no dar un paso más atrás y puede que sea en ese momento cuando descubras
que queda mucho por salvar, aunque es inevitable el desaliento.
Ojalá
fuera posible fingirlo…