Que en plena crisis de las
instituciones y dudas sobre el concepto actual del sistema de Estado, el
calendario nos lleve al 14 de abril está ofreciendo un abanico de opiniones, y debates
que están invadiendo estos días la prensa y todos esos productos mediáticos que
casi caricaturizan la política en nuestro país.
Sin embargo, esta vez siendo todo igual, todo es diferente. La monarquía no dispone del respeto callado que autocensuraba a todo un pueblo prisionero de la devoción a quien parecía era único valedor de la recuperación de la democracia en el país.
Hoy la depresiva sociedad española requiere de reflexiones que, lejos de ser someras, parecen abocadas a la necesidad de ruptura de una apatía que está condenando el presente y el futuro de todo el país. Y no solo por la debacle económica.
El recuerdo de aquella República que proclamó el pueblo español hace hoy 82 años evoca el advenimiento de un sistema de gobierno repleto de vaivenes e inestabilidad que se zanjó de forma violenta por el estallido de un conflicto bélico.
Sin embargo, durante años, muchas generaciones hemos crecido con el concepto de que tal vez fue sólo ese breve periodo de cinco años el último reposo de verdadera libertad vividos por nuestros antepasados. Muchos de ellos murieron bajo la nostalgia de un tiempo excesivamente convulso (tal vez el verdadero motivo que la abocó a la muerte) pero repleto de principios de libertad.
Es este el concepto que ha idealizado un tiempo que, en España, no dispuso de unas bases firmes que permitieran otorgarle una vida larga a esa forma de gobierno que encumbró Aristóteles e idealizó Platón.
Hablamos de un sistema con división de poderes, participación activa de los ciudadanos en la política y representación de todas las clases sociales en las instituciones con iguales atribuciones.
Pero en su REPÚBLICA Platón va más allá para considerar como perfecta la sociedad en la que la política está subordinada a la moral.
Moral, es quizás ese concepto el más necesario en este intoxicado sistema político nuestro. Y es precisamente este el valor que origina que hoy, 82 años después,la República sea
conmemorada por jóvenes y no tan jóvenes y por ideologías que no son solo
extremistas.
Sin embargo, esta vez siendo todo igual, todo es diferente. La monarquía no dispone del respeto callado que autocensuraba a todo un pueblo prisionero de la devoción a quien parecía era único valedor de la recuperación de la democracia en el país.
Hoy la depresiva sociedad española requiere de reflexiones que, lejos de ser someras, parecen abocadas a la necesidad de ruptura de una apatía que está condenando el presente y el futuro de todo el país. Y no solo por la debacle económica.
El recuerdo de aquella República que proclamó el pueblo español hace hoy 82 años evoca el advenimiento de un sistema de gobierno repleto de vaivenes e inestabilidad que se zanjó de forma violenta por el estallido de un conflicto bélico.
Sin embargo, durante años, muchas generaciones hemos crecido con el concepto de que tal vez fue sólo ese breve periodo de cinco años el último reposo de verdadera libertad vividos por nuestros antepasados. Muchos de ellos murieron bajo la nostalgia de un tiempo excesivamente convulso (tal vez el verdadero motivo que la abocó a la muerte) pero repleto de principios de libertad.
Es este el concepto que ha idealizado un tiempo que, en España, no dispuso de unas bases firmes que permitieran otorgarle una vida larga a esa forma de gobierno que encumbró Aristóteles e idealizó Platón.
Hablamos de un sistema con división de poderes, participación activa de los ciudadanos en la política y representación de todas las clases sociales en las instituciones con iguales atribuciones.
Pero en su REPÚBLICA Platón va más allá para considerar como perfecta la sociedad en la que la política está subordinada a la moral.
Moral, es quizás ese concepto el más necesario en este intoxicado sistema político nuestro. Y es precisamente este el valor que origina que hoy, 82 años después,
Y jamás se debe demonizar la
expresión de un pueblo.