Todos aquellos amantes del
mar que disponemos la suerte de residir en su proximidad y utilizar como
refugio los paseos por la orilla al finalizar una estresante jornada o, simplemente
para finalizar con la serenidad de la contemplación de sus paisajes un fin de
semana de asueto, tenemos un problema que envilece muchas veces las caminatas a
la orilla del mar: los perros.
Sí, los perros, aunque tal
vez deberíamos nombrar como causantes de este rechazo a los amos de los perros
que permiten que sus chuchos deambulen por la playa a sus anchas. Eso supone,
que el can se acerca a quien se le antoja para olfatear sus pies. Eso si hay
suerte, porque hay veces que no se conforman con ello y lo que hacen es
directamente lamerte los pies o calzado lanzándote sus babas.
Cierto es que llegado a este
punto no puedo obviar mi fobia a los perros, sentimiento que me lleva en
ocasiones a protagonizar comentarios del estilo de “exagerada, histérica o simplemente
insensible”. No voy a ser yo quien me autocalifique porque, si es cierto que si
no te gustan “determinados” animales eres una insensible, reconozco que yo soy
un témpano en referencia a la raza canina.
Pero cada quien es cada cual
y piensa y siente como puede o le dejan y eso no sería inconveniente para nada
ni nadie si se respetasen unas normas básicas de convivencia, o mejor, si toda
la gente dispusiera en su catálogo de valores de los principios que nos
enseñaban en aquella asignatura que se cursaba en EGB y que respondía al nombre
de “educación vial”.
Yo puedo incluso entender
que los chuchos que se te acercan mientras paseas no son “peligrosos”, pero
depende de qué significado se le dé a este calificativo. Para mí que un perrito
se me acerque a lamerme los pies ensuciándome con sus babas es peligroso, no
sólo por mi fobia sino porque me repela y me da cierta grima ese babeo.
Y el colmo es cuando, desde
lejos porque ni tan siquiera se digna a acercar para disculparse, su “racional”
amo te dice “tranquila, si no hace nada”.
¿Que no hace nada? Y llenarme
de asquerosas babas qué es.
El día que yo quiera “soportar”
el “cariño” de un perro lo haré a motu propio y no encorajinada por como un
chucho se ha empeñado en amargarme un gratificante paseo.