Sólo podía acompañar para rematar el día del anuncio de la aprobación de unos rigurosos presupuestos estatales y la sensación depresiva del entorno, una jornada lluviosa de ambiente otoñal.
En este siglo XXI no sólo son las hojas las que caen en estos últimos días de septiembre para transmitir melancolía o nostalgia, hoy es imposible robar sonrisas. Aposentarse una jornada completa ante una Ventana Indiscreta como en su día realizaba el fotógrafo L. B. Jefferies (James Stewart) en la película de Alfred Hitchcok, permite contemplar la decadencia social a la que nos abocamos irremediablemente. La gente deambula con la mirada perdida ante su pantalla de teléfono móvil sólo para poder encontrar, a veces, entre monosílabos, el cobijo donde asentar esperanzas. Jamás una palabra se ha revestido de tanto anhelo y ha ofrecido una perspectiva tan opaca.
La inseguridad en el ámbito laboral se acompaña hoy de la incertidumbre en demasiados aspectos que marcan la cotidianeidad y ante tanta perplejidad, ¿alguna solución?, ¿alguna esperanza?.
El escepticismo se adueña de la población al comprobar que hasta su masiva queja en la calle (por mucho que algunos medios de comunicación se empeñen en minimizar y desacreditar) no sólo es desoida sino que también es vilipendiada por quienes habrían de escuchar al único regente del estado de derecho: el pueblo.
Sin embargo, resultaría muy conveniente que los recelos y la perplejidad no adormezcan más a la ciudadanía y que los gestores asumieran no sólo su valía sino su necesidad. Diseñar un país empobrecido con espíritu languidecido y con moral resquebrajada sólo hace crecer en involución, precisamente todo lo contrario a los que nos vaticinaban un siglo XXI repleto de futuro.
Difícil creen en el porvenir cuando resulta extremadamente difícil acabar cada jornada sin rasguños en el cuerpo, llagas en la moral y zarpazos en tus propios principios y valores.